Recuerdo el primer día en el que un amigo me confesó que era homosexual. Digo el primer día porque a partir de ahí fueron cayendo como moscas, uno por uno, todos los que en algún momento tuvieron comportamientos que evidenciaban su condición o que a simple vista se les notaba la… la… ¿condición? Está bien, quería escribir otra palabra en vez de condición, pero me abstuve porque tengo miedo de que me destrocen por difamadora, homofóbica, no-incluyente, grosera, mal hablada, y quién sabe cuántas cosas más.
Hasta hace un tiempo, la palabra que quería escribir tenía un tinte gracioso. Era una manera de bromear con los amigos, con los primos, era como morirse de la risa diciéndoles galleta, timbre rosado, florecita rockera, en fin, un montón de sinónimos que nunca tuvieron una mala intención, pero cuya connotación se ha transformado substancialmente en los últimos años hasta convertirlos en objeto diario de debate.
Entiendo la raíz de ello, no soy tan mezquina. Lo que para la mayoría de nosotros eran bromas inocentes, como decirle tan marica a un amigo o waffer al compañero del colegio que soltaba un gallo cuando le estaba cambiando la voz, todas esas cosas para otras personas han representado verdaderos episodios de abuso, matoneo, segregación, rechazo, discriminación, y un sinfín de actos aberrantes que por supuesto ningún ser humano tiene porqué vivir. Pero hemos entrado en una era de hipersensibilidad donde el objetivo se distorsionó y ahora cualquier detalle, por pequeño e insignificante que sea, corresponde a una agresión.
Hace unos días comencé a ver una novela y un par de chicas se hicieron amigas en el segundo capítulo. En el tercero, yo sabía por dónde iba la cosa. Mi reacción no fue de odio, ni de asco, ni me persigné, ni dejé de ver la novela o adelanté las escenas donde ellas salen. Lo único que hice fue poner los ojos en blanco y decidí escribir este texto. Fue más un gesto de “vaya, qué novedad” al ver que la trama se encaminaba hacia el romance lésbico. No sé, tal vez sea una homofobia pasiva, mero aburrimiento por que el tema es muy trillado, o, de hecho, puede ser mi libertad de pensar lo que yo quiero.
En qué ha acabado todo esto: en que ya no sabemos cómo hablar y debemos cuidar milimétricamente cualquiera de nuestros comentarios e incluso pensamientos. Y al mismo tiempo, por el ladito, nos van metiendo el cuento de la inclusión hasta en la sopa sin ningún derecho a revirar ni a tener una opinión propia, porque los lugares se cambiaron y después de luchar tanto porque los dejaran expresarse, se han convertido en eso que tanto odiaban, discriminando a los que tienen un punto de vista diferente.
En estos días volvió la polémica con la YouTuber que dijo que “toleraba, pero no aceptaba” la homosexualidad (o algo así). La chica ni me va ni me viene, pero me causó mucha curiosidad ver cómo la destrozaban por homofóbica y malvada, por fanática religiosa y quién sabe cuántas cosas más. Yo soy más del tipo “acepto y tolero” porque, de hecho, como lo mencioné antes, tengo muchos amigos homosexuales a los que quiero muchísimo, estoy de acuerdo con la adopción entre parejas del mismo sexo, porque siempre va a ser mejor darle una vida digna a un niño que dejárselo al Estado donde no es más que un número, y me parece justo que aprueben el matrimonio igualitario para que se compartan derechos y deberes. Yo sí soy más del pensamiento “el amor es amor en cualquier forma”, pero lo que aún no me acaba de convencer es esta sobre exposición, la inclusión a la mala y el o te gusta, o el equivocado eres tú.
No se trata de estar o no de acuerdo con la homosexualidad. Ninguno de nosotros tiene derecho a opinar en la vida de otras personas y no es un tema con casillas de chequeo o una encuesta de satisfacción: totalmente en desacuerdo, parcialmente de acuerdo, completamente de acuerdo, etc. No es pecado, no tiene que ver con Dios, ni con Alá, ni con Buda, ni con lo que les haya dicho la mamá o la tía que está bien o está mal. Es la libertad que tiene cada persona de decidir a quién querer y con quién estar. Punto. Lo que yo no entiendo es por qué debe SÍ O SÍ haber una princesa de Disney lesbiana, o por qué SÍ O SÍ debe haber una pareja gay en todos y cada uno de los videos musicales actuales, o por qué los libros y películas juveniles deben SÍ O SÍ tener al menos un personaje gay y debemos amarlo, aunque sea pesado, o mentiroso, o tenga un defecto.
Más o menos fue lo que pasó con Ángela Ponce en Miss Universo. Hubo muchas concursantes con muchas más cualidades de reina, o con las características que buscaba el jurado, con piernas más bonitas, pelo más brillante, mejores respuestas, yo qué sé, pero cuando no pasó, la gente se volcó iracunda a decir que la descalificaron por transfobia. Ojo, que yo no dije: es que hubo concursantes que sí eran mujeres de verdad, o que sí tenían vagina. Mi punto es claro, hasta el sentido común se ve comprometido con esta nueva onda.
Podrán decir que la respuesta es obvia, que los tiempos han cambiado y que tenemos que adaptarnos a lo que está pasando SÍ O SÍ. Y puede que tengan razón y yo sea la equivocada. Pero esa es la gracia, ese es el meollo del asunto, quiero ser libre de expresar lo que pienso sin temor a que me caiga un yunque de odio y rechazo encima por tener inquietudes. A los niños desde pequeños se les debe explicar la importancia de las diferencias, se les debe enseñar a entender el amor en todas sus formas, hablarles del respeto hacia los demás y hacia sí mismos, no darles tantas vueltas a los asuntos de la intimidad y del cuerpo para que ellos puedan ir formando el carácter y tengan la conciencia suficiente para distinguir lo que está bien de lo que está mal, pero según su propio criterio.
Defendamos la libertad de expresión, pero justamente desde la libertad y no desde la opresión y la imposición de ideas. Entreguemos a la gente las herramientas y la información correcta para que desarrollen una opinión y decidan en qué bando quieren estar, o mejor, para que entiendan que lo más sano es respetar las libertades individuales. No desinformemos, no tomemos todo con odio, bajémosle a la hipersensibilidad, a la irritabilidad, a los argumentos cargados de reclamos. Construyamos una sociedad que acepte a todos por igual, a los que están de acuerdo y a los que no, a los que no nos gusta el chocolate sin que sea sinónimo de blasfemia, a los que comemos gluten y carne. Seamos amables, promovamos la adopción de animales, no usemos pitillos, dejemos que los niños de Ricky Martin crezcan felices y rodeados de amor.
Divaguemos, hagamos el amor y no la guerra. Desvariemos… para variar.
¡Feliz año 2019!
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