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Por Natalija Novta, Alejandro Werner y Joyce Wong
En la mayoría de los países, el número de hombres con trabajo remunerado es mayor que el de mujeres. La participación en la fuerza laboral es de alrededor de 80% para los hombres pero de apenas 50% para las mujeres. Dicho de otro modo, casi la mitad del potencial productivo de la mujer permanece desaprovechado, en comparación con un quinto en el caso de los hombres.
Al igual que en el resto del mundo, la mujer sigue siendo un recurso laboral infrautilizado en América Latina y el Caribe. Pero en los últimos 20 años, la mujer latinoamericana ha venido desempeñando un papel laboral cada vez más activo, y ha reducido a un ritmo asombroso la brecha frente a los hombres y frente a sus contrapartes en las economías avanzadas. En una región que necesita encontrar nuevas fuentes de crecimiento, alentar a la mujer a participar en el mercado laboral ayudaría a elevar los niveles de ingreso y empleo en los distintos países.
Grandes avances de la participación femenina…
En 1990, tan solo un 44% de las mujeres en América Latina participaban en la fuerza laboral. Para 2014 la cifra había aumentado a 54%, es decir, casi a los niveles de Estados Unidos y los mercados emergentes de Asia. Pero esta mejora oculta variaciones significativas dentro de la región. Históricamente, los países caribeños han tenido altas tasas de participación femenina, y desde 2005 han superado a las de Estados Unidos. En el resto de la región, Centroamérica y las cinco mayores economías de América del Sur estaban casi a la par a comienzos de los años noventa, es decir, algo por debajo del 40%, pero desde entonces los países de América del Sur han dado pasos agigantados, en tanto que Centroamérica ha estado igualándose a un ritmo más moderado (véase el gráfico 1).
Estos avances de América Latina en materia de participación femenina son los mayores de cualquier región desde 1990. Y la participación femenina en América Latina es ahora más alta de lo que habría cabido predecir en función del ingreso per cápita (véase el documento de trabajo del FMI de próxima publicación preparado por Novta y Wong).
…pero persisten importantes brechas de género
Pese a estos avances, la brecha de género en América Latina —la diferencia de las tasas de participación en la fuerza laboral entre hombres y mujeres— sigue siendo considerable. Al rondar el 25%, es el doble de la brecha de género en Estados Unidos. Es interesante señalar que esto se debe principalmente a una importante participación masculina, lo cual a su vez es atribuible a una población relativamente joven. Casi cuatro quintos de los hombres en la región participan en la fuerza laboral, frente a aproximadamente dos tercios en las economías avanzadas. Por ejemplo, si América Latina tuviera el mismo perfil demográfico que Estados Unidos (un 86% de la población menor de 65 años, frente a 93% en América Latina), la brecha de género implícita en América Latina disminuiría a 14%, es decir, similar a la brecha observada en Estados Unidos (véase el gráfico 2).
Nuevos tiempos
Una buena noticia es que las mujeres más jóvenes en América Latina están trabajando cada vez más, y en especial las que tienen niveles más altos de instrucción. A menor edad, la brecha de género es más reducida en todos los niveles de educación, y en los grupos con algún nivel de estudios universitarios, la brecha es prácticamente inexistente (véase el gráfico 3). Esto probablemente se debe a una combinación de una tendencia en el tiempo (las generaciones de mujeres más jóvenes trabajan más) y un componente relacionado con el ciclo de vida (muchas de estas mujeres aún no son madres). A medida que este grupo de mujeres más jóvenes llegue a la edad de concebir, las políticas que fomenten la continuidad de la participación en la fuerza laboral serán críticas. Esto es particularmente importante en la medida en que las mujeres superen a los hombres en grado de instrucción, como se ha observado en varios países de América Latina (véase el gráfico 4).
Se ha visto que los programas de cuidados de niños gratuitos o subsidiados, comoHogares Comunitarios de Bienestar Familiar en Colombia y Estancias Infantiles en México, aumentan las probabilidades de empleo de las madres o sus horas de trabajo. Se observaron resultados similares con el programa Jornada Escolar Completa en Chile, que al incrementar el número de horas que los niños pasan en el colegio permite que las madres dispongan de más tiempo para trabajar. Estos programas han estado focalizados en las madres pobres, pero los programas de cuidados de niños en países avanzados, como Canadá, España y los Países Bajos, por ejemplo, también han logrado aumentar la participación femenina en la fuerza laboral y el número de horas de trabajo. Además, las políticas que amplían la educación de la mujer o que garantizan la igualdad de derechos legales para la mujer también incrementarían la participación femenina en la fuerza laboral.
Estimular el crecimiento
Los beneficios potenciales de una mayor participación femenina podrían ser considerables, aunque resulta difícil calcular su magnitud exacta. Según cálculos ilustrativos, suponiendo que los demás factores no varían, si los países de América Latina elevaran la participación femenina en la fuerza laboral al nivel medio de los países nórdicos (que es 61%), su PIB per cápita podría aumentar a 10% o más, dependiendo del país y de los niveles vigentes de participación femenina. Estudios recientes del FMI sobre Canadá han demostrado que las mejoras en el crecimiento de la productividad debidas a una mayor integración de la mujer en la fuerza de trabajo podrían ser importantes. Otras estimaciones apuntan a posibles aumentos del PIB per cápita de entre aproximadamente 7% a escala mundial y alrededor de 17% en América Latina.
El efecto directo positivo de la incorporación de la mujer en la fuerza laboral es tan solo un comienzo. Al adoptar políticas a favor de las mujeres trabajadoras, como las que se han mencionado o, por ejemplo, políticas que garanticen igual salario por trabajo igual, el poder de decisión de la mujer en el hogar se consolida. Dado que las mujeres destinan más recursos a la educación y la salud de los niños, los beneficios redundarían para toda la familia, y además incrementarían la productividad de la mano de obra y proporcionarían un estímulo a la economía.
Este blog fue publicado por el Fondo Monetario Internacional.