Este blog fue publicado por el Fondo Monetario Internacional.

Por Christine Lagarde

Baden-Baden, la ciudad balneario alemana construida sobre antiguas fuentes termales, es un buen lugar para hablar de la salud de la economía mundial. Allí se reúnen esta semana los ministros de Hacienda y gobernadores de los bancos centrales del G-20.

Probablemente, las autoridades compartirán una creciente sensación de optimismo, puesto que el reciente fortalecimiento de la actividad indica que la economía podría levantar el ánimo y dejar atrás años de convalecencia.

Las prescripciones económicas han tenido un papel destacado en la recuperación, y lo seguirán teniendo durante un tiempo. Para mantener la dinámica de crecimiento positiva seguirán siendo necesarias las políticas macroeconómicas de apoyo. Los participantes en el encuentro deberán tomar medidas, tanto individuales como colectivas, para que el crecimiento sea más inclusivo y resiliente.

¿Hemos llegado al punto de inflexión? La respuesta sencilla es: sí —al menos por el momento. En general, en el segundo semestre del año pasado, los resultados de crecimiento fueron sólidos. Se observa un repunte de las manufacturas y los indicadores de confianza, y hay señales de que los volúmenes del comercio mundial también están aumentando.

Por este motivo, en enero, el FMI previó un repunte del crecimiento mundial para este año y el que viene del 3,4% y el 3,6%, respectivamente, frente al 3,1% en 2016.

Así que, efectivamente, la economía mundial está entrando en una situación más favorable. Sin embargo, sería un error pensar que recobrará automáticamente su buena salud.

De hecho, la selección de políticas nunca había sido tan importante para el período posterior como ahora, sobre todo porque todavía persisten riesgos considerables para las perspectivas.

Mantener el dinamismo

En varias economías avanzadas, por ejemplo, la demanda sigue siendo débil y la inflación no ha regresado de forma duradera a su nivel objetivo, lo cual exige mantener el apoyo monetario y hacer más hincapié en la política fiscal en los países con margen en los presupuestos. Dichas medidas deberían ir acompañadas de reformas estructurales para elevar la productividad e impulsar el crecimiento a largo plazo.

La falta de demanda plantea menos problemas en Estados Unidos, donde los mayores beneficios para el crecimiento se obtendrían con iniciativas para aumentar la oferta, como la inversión en la reforma de infraestructuras, una reforma del impuesto de sociedades que aumente su eficiencia, y mejoras en educación.

Es evidente que un crecimiento más fuerte en Estados Unidos sería positivo para la economía mundial, pero una variación de la combinación de políticas estadounidenses también podría tener efectos indirectos, o de contagio. Por ejemplo, en función de la naturaleza de esta combinación de políticas, una mayor fortaleza del dólar y el aumento de las tasas de interés estadounidenses podrían provocar un endurecimiento de las condiciones financieras mundiales más pronunciado de lo previsto. Esto, a su vez, podría generar tensiones en algunas economías emergentes y en países de bajo ingreso.

Una transición satisfactoria hacia un crecimiento más lento y equilibrado en China, así como nuevas medidas de política en los países exportadores de materias primas, en el marco del ajuste a precios más bajos de las mismas, también ayudarían a mantener el actual dinamismo del crecimiento.

Ante todo, deberíamos evitar colectivamente las lesiones autoinfligidas. Para ello, es necesario dejar al margen las políticas que perjudican gravemente al comercio, la migración, los flujos de capital y el intercambio transfronterizo de tecnologías. Estas medidas afectarían negativamente a la productividad, los ingresos y el nivel de vida de todos los ciudadanos.

Integración económica mundial

El comercio y la innovación tecnológica han permitido a los países aumentar su participación en la economía y mejorar sus condiciones de vida, haciendo posible que cientos de millones de personas salgan de la pobreza. No obstante, se podría hacer más para aliviar los desagradables efectos secundarios observados en algunos lugares —incluidos el incremento de la desigualdad del ingreso, la pérdida de empleo en sectores en recesión y los persistentes problemas económicos y sociales en regiones con mayor debilidad estructural.

¿Cómo se puede hacer? La tarea no es sencilla, pero se puede empezar dando un impulso al crecimiento y distribuyendo más ampliamente sus beneficios.

El primer paso fundamental es tomarse en serio el crecimiento inclusivo. Aún tenemos que entender plenamente el complejo entramado de retos económicos a los que se enfrentan las distintas culturas, regiones y grupos demográficos. Sin embargo, lo que sabemos es que los trabajadores altamente calificados tienen muchas más probabilidades de beneficiarse de la innovación y la apertura económica.

Se requieren mayores esfuerzos para dotar a los trabajadores menos calificados de las herramientas necesarias para buscar y encontrar trabajos mejor remunerados, por ejemplo mediante programas educativos específicos, capacitación profesional e incentivos al empleo.

En términos más generales, todos los países deben promover enérgicamente la capacitación permanente para preparar a los ciudadanos para los cambios tecnológicos. Singapur, por ejemplo, ofrece becas no condicionadas a todos los adultos para su capacitación a lo largo de toda su vida laboral.

Otra prioridad del crecimiento inclusivo es la actualización de las políticas de ingresos y los sistemas tributarios.

En resumen: tenemos la capacidad —y la responsabilidad— de aumentar la participación económica, lo que permitirá compartir sus beneficios de forma más equitativa.

Una cooperación internacional eficaz aumentará al máximo los beneficios de las políticas nacionales si logramos:

En todos estos ámbitos, las autoridades del G-20 pueden cambiar las cosas. Tras años estancada en una débil recuperación, la economía mundial necesita seguir su camino, progresar y generar una mayor prosperidad para todos. Y no existe lugar más indicado que Baden-Baden para que los líderes renueven su compromiso de dotar a la economía mundial de buena salud.