Fabián Salazar Guerrero.  Director Fundación para el diálogo y la cooperación interreligiosa. INTERFE

En estas semanas iniciales, he señalado con fraternal atención, que es necesario que tanto a nivel individual como organizaciones religiosas, asumamos una responsabilidad social efectiva que conlleve a la Paz y adelantemos una acción de incidencia pública de trabajo en red, que permita un impacto sostenible, que potencie las iniciativas particulares y apoye su desarrollo a nivel local.

De inmediato, algunas organizaciones señalarán que esto ya se viene haciendo y que se han realizado muchas campañas de “ayuda a los necesitados”, “de entrega de mercados” y de recolección de “limosnas para los pobres”. Claro que estas actividades, son lo mínimo que se debe promover y hacer como hombres y mujeres de buena voluntad, pero sigue siendo insuficiente, pues se ocasiona un sistema de dependencia, de mantenimiento del marginado en su condición  y en muchas ocasiones una limitada transformación del entorno.

Es entonces que se replicará que el hambre y el frio del necesitado no dan espera a que organicemos proyectos a largo plazo, ya que son requerimientos inmediatos, pero año tras año y hasta generación tras generación, vamos improvisando nuestra manera de actuar en la solidaridad.  A nivel de instituciones de fe, nuestras acciones se limitan a iniciativas particulares que aparecen desarticuladas, desgastadas, improvisadas,  desperdiciando recursos, situación que podría mejorar si trabajamos en proyectos interdenominacionales, algunos en coordinación con el estado y los organismos internacionales de cooperación.

Como nación nos estamos preparando para el posconflicto y en esta labor las organizaciones religiosas y sus correspondientes Organizaciones Basadas en la Fe OBFs (ONGs de inspiración confesional) tienen un papel protagónico que no se puede evadir históricamente, si se quiere ser coherente con sus principios y sus valores fundacionales. Este rol pide no sólo esperar a que se den “acuerdos” sino preparar un “posconflicto posible y sostenible” que llegue a las regiones y que por lo menos implique llevarlo a lo largo de una generación, que incluya tanto a las víctimas y victimarios, como a aquellos que se mantienen apáticos e indiferentes con lo que sucede en el país.

En próximos escritos expondré unos ejes que consideró prioritarios para un plan de vida nacional con miras a la vivencia de Paz y que incluyen la Justicia en equidad, la economía solidaria para la sostenibilidad, articulación de  proyectos, la educación para el trabajo y la promoción de una vida con sentido. Por el momento me centraré en un tema previo y es la “inteligencia del compartir”.

No se puede exigir a los hombres y mujeres de fe y sus organizaciones, que asuman su responsabilidad  social, si antes no nos detenemos a reflexionar, a meditar y a orar sobre las implicaciones del compartir, del “dar” y el de “darnos”, ya que estas acciones en último término, definen una verdadera vivencia religiosa comprometida y transformadora de la realidad.

 

A continuación mencionaré algunas notas características de ese compartir como una sabiduría del corazón:

 

Inventario de dones y talentos: En esta semana recibí de un Rabino, unas imágenes muy bellas sobre este tema;  entre ellas la visualización de los dones de la divinidad como cadena que viene de Dios y que espera el acto libre del ser humano para abrir sus manos y recibirlos. Pero una vez recibidos se convierten en una responsabilidad, con la consecuencia del deber de transformar el mundo con acciones eficaces.

 

No es suficiente usufructuarnos de dones y recursos, cuidarlos o volvernos orgullosos por tenernos, sino que se requiere que los compartamos para bien de la humanidad y la creación. Es por ello necesario, detenernos y con atenta observación de la propia existencia,  determinar cuáles son esos dones, talentos, carismas, habilidades y experiencias presentes en nuestra trayectoria vital.

 

Puede ser que con tristeza se descubra que esos dones están subutilizados, desconocidos, despreciados, abandonados o prostituidos y fruto de esa revisión de vida se pueda concluir que no es la historia, los otros, ni las circunstancias, ni fuerzas sobrenaturales las causantes de la frustración de vida, la tristeza, la soledad o el miedo que se siente, sino una inadecuada utilización de las herramientas dispuestas para nuestra propia felicidad y la de los demás. Lo anterior se aplica no solo a nivel personal sino a nivel de las instituciones religiosas.

 

Valoración de lo que se tiene y se entrega.  Toda nuestra vida es un dar y recibir en un intrincado ciclo de dependencias. Nuestra vida en sus más mínimos detalles no sería posible, desde el cuidado cuando éramos niños hasta el pan de nuestra mesa el día de hoy se lo debemos a los demás. Dependemos unos de otros y con frecuencia lo olvidamos; se nos pasa por alto que nuestras acciones tienen inusitadas consecuencias y aun más que esas consecuencias pueden llegarnos en paradójicos efectos “boomerang”.

 

Todos somos responsables de todos; por eso es tan importante cuidar y valorar lo que “damos” al mundo, las semillas que sembramos en el camino para que se conviertan en jardines de prosperidad. Si damos lo que nos sobra, lo mismo recibiremos, si exigimos sin haber dado nos volvemos injustos, si tomamos sin entregar nos volvemos ladrones, si damos poco y exigimos mucho  nos volvemos tiranos, si damos algo sin valor y nos apropiamos de algo valioso dado por lo demás, nos convertimos en estafadores  y cuando no solo no da damos sino arrebatamos nos convertimos en delincuentes.  El dar y el recibir sólo tiene sentido en el Amor.

 

El compartir es una tarea y un don.  Volver a sentir la humanidad es volver a conectarse con nuestro ser básico y recordar que sin la solidaridad del dar y el recibir no hubiésemos sobrevivido como especie. Mientras que la lógica del “retener” nos está aniquilando, ya que no nos importa manipular al otro, destruir la creación, justificar los medios sobre los fines, gastar los recursos sin medida, disfrutar y desechar cuando ya no nos es útil, ponerle precio a todo incluyendo la dignidad, en una carrera absurda y temeraria que nos auto destruye.

 

Retener y acumular injustamente, al final nos hace esclavos de nuestras cosas, de nuestros egos, de nuestras deudas, de nuestros miedos y de nuestra propia finitud y en esta tentación también pueden caer las comunidades de fe, pensando que entre más se tiene se es más bendecido. Por esto el compartir es en realidad una tarea de libertad.

 

Con esto no se promueve que no tengamos bienes o propiedades para una vida  cómoda,  sino que vivamos solidariamente para que los otros puedan vivir en esas mismas condiciones. Por otra parte se debe mencionar que es muy grave que en nombre de Dios se abuse del pobre, se lo explote, se lo manipule con falsas promesas de prosperidad, se lo obligue a pagos desmedidos, o se le “venda salvación”. Quien actúa así hace un enorme daño a la vida material, moral y psicológica de sus fieles y olvidan que Dios escucha  “el clamor de su pueblo”.

 

Es un don pues no somos nosotros los que damos sino que es Dios quien se nos da en nosotros cuando lo dejamos actuar. Cuando nos conectamos con Él, asumimos compromisos y no es solo el de compartir sino  el de denunciar a las estructuras injustas de explotación  y proponer formas creativas de economía solidaria y comunitaria, basadas en auténticos principios y valores religiosos.

 

Compartir es una obligación ante Dios, pues al proveer al necesitado, solo devolvemos lo que se nos ha  prestado. Por eso es un acto  de justicia, destinar parte de nuestras ganancias para el bien común y esto en proporción a nuestros recursos. Esto no como un acto de “lavar al conciencia” o de “mostrar que tan generoso se es” sino como un ejercicio de humildad, al reconocer que la muerte nos acontecerá a todos y que ninguno de nuestros bienes nos acompañará al destino final y por tanto todo esta prestado, todo es temporal y solo nos llevaremos ante el Eterno las obras de generosidad, servicio y amor que hayamos  realizado por nuestros semejantes que también son nuestros hermanos.

 

Es importante indicar que compartir no es “regalar”, pues cuando damos y los receptores no lo valoran porque supuestamente “es gratis”, de seguro lo despreciarán y lo malgastarán.  Cuantos casos vemos de “paternalismos” que al final ocasionan en quienes lo reciben sólo dependencia, incapacidad de luchar por la vida, inconformidad, pereza y hasta violencia. Lo mismo aplica cuando no se cobra  o se cobra muy poco por el trabajo profesional; al final se pierde el respeto de la gente, se afecta la propia economía y se llenará la persona de frustraciones pues su generosidad no es ponderada positivamente. El dar y el recibir son un ejercicio de sabiduría.

 

Terminaré agradeciendo a las personas que me han manifestado que están utilizando las entradas de este blog “diálogos espirituales” para reflexiones en sus instituciones educativas, eclesiales y espacios de familia.

 

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