Teólogo Fabián Salazar Guerrero. Director de la Fundación para el diálogo y la cooperación interreligiosa. INTERFE

Hace  un tiempo tuve la oportunidad de vivir unos hermosos aprendizajes sobre la sonrisa. Los recibí de dos mujeres al filo de sus existencias y lo interesante es notar que ambas, en los bordes opuestos, lucían  la magia de reír sin un solo diente.  Antes de seguir dejando volar su imaginación, quiero contarles que se tratan de una abuela de 97 años y una niña con apenas unas semanas de nacida.

En medio de un mundo que parece olvidar lo sencillo de la existencia, que se complica en medio de afanes, de competencias, de frustraciones, de indiferencia, es muy refrescante ser testigo de unas sonrisas sin temor, sin interés y con tal generosidad y naturalidad que son capaces de conmover las profundas fibras del corazón y reflejar a Dios.

Al ver la abuela, con sus cabellos grises y sus ojos de mirada serena, que contemplan la distancia, que cuenta historias del pasado como si estuvieran pasando en ese instante, que confunde los rostros pero no los sentimientos, que habla despacio con una delicada  voz desgastada por los años, no puede evitarse pensar en toda su sabiduría, su paciencia y entrega resultante del amor consagrado a mas de una decena de  hijos, una treintena de nietos y casi 20 bisnietos.  Números que hoy suenan estadísticamente increíbles. Esta mujer se encuentra postrada en cama y en medio del dolor su sonrisa no se ha borrado.

En el otro rincón de la vida, se encuentra una bebita, que descubre a cada momento lo que implica la existencia y que en medio de llantos, llama a sus padres para recibir alimento y cariño para su subsistencia.  Su mirada entrecerrada devela la paz propia de la inocencia, su libertad de calendarios y horas y la ausencia de rencores.  Es inevitable pensar cuál será su camino, que le depara su destino, pero esa no es una pregunta que le preocupe a ella.

A pesar de las tantas décadas de distancia y las generaciones que las median,  sus cándidas sonrisas se muestran similares. Una anciana y su bisnieta ríen al mundo con la libertad de su corazón, sin otro interés más que sonreír y reaccionar al amor recibido.

Es entonces que me pregunto:  ¿Qué pasa en el trascurso de la vida, en la que se pierde esa sonrisa? ¿Por qué se oculta? ¿Por qué se manipula? ¿Por qué se vuelve falsa e interesada?

En la infancia se acallan las sonrisas de muchos niños y niñas, con gritos, con maltratos, con una educación de “buenos modales”, con un temor por ser ellos mismos y lo reemplazamos por una sonrisa fingida, acomodada a los gustos y necesidades de los adultos y limitada a espacios sociales.  Se les enseña que no deben ser inoportunos y hasta se infunde el miedo al castigo por reírse.  Parece que los adultos que a su vez fueron “disciplinados”, se vengaran generacionalmente de aquello que a su vez les hicieron. Pero también están los padres que chantajean las sonrisas de sus hijos, a cambio de regalos o prebendas o que obligan a sonreir a sus niños ante extraños o familiares para quedar “bien” socialmente. Son lecciones que van quedando en las mentes infantiles y que pasan factura con el tiempo.

Y lo anterior se agrava cuando la sonrisa ha sido borrada de raíz por la violencia, por la pobreza extrema, por el abuso,  por los trabajos forzados, por la violación de su inocencia,  por el maltrato y la negligencia.

Muchos de los jóvenes ya no sonríen o por lo menos no con la misma espontaneidad que se esperaría de su edad. Han sido “amaestrados” en instituciones  que reprimen la risa, al considerarla un atentado al “orden” (Me recuerda la película: El nombre de la Rosa); parece que se reduce la sonrisa al espacio de lo privado.  Algunas de las sonrisas se han convertido en  burla, en carcajadas descalificantes de sus propios compañeros, en armas venosas que dejan huella por años.  Pero también es interesante constatar como los  jóvenes ya no sonríen mirándose entre ellos, sino que sonríen ante una pantalla de celular o  de computador, sin mirar ó incluir a los que están cerca.

Y aun más preocupante, es cuando se les roba a los y las jóvenes su sonrisa, a causa de situaciones que se les impone por abusos, por trabajos denigrantes e indignos, por falta de oportunidades, por risas perdidas resultado de la utilización de drogas, por el horror de la guerra, por imponerle cargas desmedidas sobre sus hombros que los estrellan contra la realidad. Cuántos de los que me leen, les tocó crecer muy rápido a causa de la falta de uno de los progenitores, les tocó hacerse cargo de sus hermanos o tuvieron que ser padres a muy corta edad en medio de dificultades.

En la edad adulta,  se observa a tantos alrededor, con rostros aburridos y cansados de la vida, preocupados por las deudas, decepcionados por el amor, atrapados por la soledad, que no solo se amargan sino que amargan su entorno.  No se permiten sonreír en lo cotidiano y buscan mediaciones como el licor para dar libre vía a su deseo de reír o los chistes nacidos de la morbosidad.  En el otro extremo se encuentran aquellos que hacen de la sonrisa una mercancía que se negocia en propagandas,  ventas de servicios, en los medios de comunicación, en el comercio sexual, en la política y en todos aquellos escenarios que impliquen vender “una imagen de felicidad”.

Es triste constatar de igual manera como ancianos y ancianas ya no ríen a causa del abandono de sus hijos, del hacinamiento, de la pobreza, de jornadas de trabajo que aun deben realizar, del irrespeto que comienza por sus familiares y la negligencia social de defensa de sus derechos.

Frente a estas realidades y muchas que seguro acontecen en la vida, la mejor medicina parece ser volver a sembrar las semillas  de una sonrisa que ilumine nuestras vidas, ya que permitirnos a nosotros mismos la sonrisa,  es devolvernos la  humanidad y posibilitar que se manifieste una chispa de divinidad.  Es necesario volver a lo simple de sonreír sin miedo, sin tiempo, sin interés y volver a reír como niños con la serenidad y libertad de los abuelos.

No es cuestión de una fórmula mágica, de un buen programa de humor, de una asesoría de imagen, de una “reconstrucción de sonrisa” o de comprar un programa de superación personal, sino de volver a nuestra esencia, a amar sin miedo, a entregar sin interés, a recibir con agradecimiento, a vivir con dulzura.

Te sugiero que realices estos sencillos pero efectivos ejercicios de sonrisa interior:

 

Para lo anterior es necesario cambiar también la concepción de un Dios amargado, vengativo, violento, perseguidor, aburrido y adusto y comenzar a experimentar a un Dios de la Alegría, de la Sonrisa y de la Plenitud.

 

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