Teólogo Fabián Salazar Guerrero. Director Fundación para el diálogo y la cooperación interreligiosa INTERFE

En muchas ocasiones en la vida se quiere cambiar. Aparece un estado de ánimo en que ya nada sabe igual o nos acompaña una molestia consigo mismo por permitir situaciones que aunque sabiendo que no nos es conveniente la seguimos soportando, nos manipulan y abusan y lo permitimos. Nos levantamos y nos sentimos atrapados en la rutina o en una tristeza profunda nos acompaña en silencio queriendo explotar. En una difícil encrucijada entre no saber, o no poder o no desear realmente cambiar pero a pesar de eso nos seguimos quejando, continuamos cediendo y hasta nos seguimos enfermando en medio de una situación que no anhelamos.

Pero la vida continúa o cambiamos de vida o la vida nos cambia. En la primera de las alternativas buscamos todo lo que esté a nuestro alcance para tomar las mejores decisiones posibles con el fin de mutar nuestra situación actual a una más acorde con nuestro bienestar material y espiritual y en la que realmente podamos sentirnos realizados en el camino que cada uno eligió. En el otro extremo son los otros o las circunstancias (en ocasiones muy dolorosas) las que nos sacan de donde estábamos y nos enfrentan a duras pruebas para la cuáles no quisimos prepararnos. Es entonces que es diferente optar que resignarse a aceptar.

Es interesante como al comienzo de año o luego de una situación en la que “nos salvamos” empezamos a formular una serie de propósitos que a la larga sólo aumentan la lista de buenas intenciones, pero que nunca llegan a buen término y luego nos lamentamos de nuestra situación, de nuestra suerte y hasta nos llenamos de enojo y envidia por lo “bien que le va a otros”. La intención de cambio es únicamente un paso que se debe unir a la voluntad, a la acción y a la constancia, pues nadie ha llegado a grandes metas sin superar innumerables obstáculos y el primero de todos es la propia inercia a permanecer donde estamos.

Hay muchos que se quedan toda la vida esperando a que suceda algo extraordinario, algo fuera de serie o alguna señal sobrenatural. Se les va la vida en espera de esa oportunidad, de esa persona o de ese golpe de suerte para cambiar y al final sólo queda un sabor amargo de frustración, de sueños aplazados y hasta de enojo con la vida o con Dios por haber sido recibido la supuesta ayuda mágica que esperaba.

Es triste ver que las tragedias, las pérdidas o las traiciones son para algunos la ocasión de cambio obligado para sus circunstancias. Es doloroso reconocer que algo se ha perdido para intentar hacer cambios en el estilo de vida o cuando ya todo es tarde, cuando el ser querido se ha ido, cuando el trabajo se ha perdido o cuando la salud ya no será la misma. Y no es que sea un castigo sino que en muchas ocasiones nosotros provocamos la situación y luego nos sorprendemos con los resultados. Si no cambiamos las semillas que sembramos, ¿cómo poder esperar que salgan frutos diferentes?

Aceptar la necesidad de cambiar es también reconocer que se deben cerrar ciclos en la vida que si no se clausura en manera adecuada le quitarán energía a la felicidad, al inicio de una nueva relación, al traslado a otro espacio y serán sombras sobre las nuevas etapas de la existencia. El cambio pide una gran dosis de perdón, de fortaleza para dejar los duelos atrás y sobre todo de mucha fe en que los tiempos venideros pueden ser mejores, pero si vivimos con intensidad cada día.

Una de las tentaciones más comunes es fabricar disculpas. La vida enseña que aunque intentemos engañarnos será muy difícil hacerlo pues los únicos perjudicados seremos nosotros mismos. Nos perderemos nuevos horizontes, nuevas amistades, nuevas posibilidades y sobre todo le estamos robando a la vida la oportunidad de hacernos felices. Quien piensa “yo soy así y ya”, “el que me quiera que me quiera así” “ya estoy viejo para cambiar” encontrará que se engaña, pues aunque pretenda mantenerse quieto no puede impedir el cambiar de la vida. Los límites a la plenitud son autoimpuestos y lo peor es que la terquedad de no quererse adaptar a nuevas realidades hará sufrir a los seres queridos.

Ahora si se quiere un cambio es necesario hacer un plan de vida, pues no es cambiar por cambiar sin saber a qué o a dónde. He aquí algunas preguntas que nos pueden servir de guía:

Algunas estrategias de cambio que pueden ayudar a superar una vida que nos hace infeliz, limita, ahoga o nos hace daño, son las siguientes:

 

 

 

Y lo más importante nos debemos alejar lo antes posible de aquellos lugares, situaciones y personas que nos hacen retroceder, que nos tienen atascados, que nos producen miedo a continuar y que nos atan con dolor; el cambio pide valentía pero los frutos son dulces, pues podremos al fin respirar y ver la luz en medio de tantas sombras de dudas y tristezas.

Entonces adelante, arriésgate a los cambios necesarios en tu vida, Dios te acompaña.

Los invito a divulgar estas reflexiones que según me han comentado son utilizadas por algunas familias e instituciones educativas para promover cambios de actitud entre sus miembros.

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