Teólogo Fabián Salazar Guerrero. Director de la Fundación para el diálogo y la cooperación interreligiosa. INTERFE

En estos días durante la celebración de una fiesta religiosa, fue muy emocionante ver a los vecinos salir de sus casas y junto a sus familias encender velas. Se podían ver hermosos detalles de cordialidad enmarcados por la música de Navidad y la alegre sonrisa de los niños.

Me surgió esta inquietud al pensar en cuántos regalos de Navidad tienen que ver con el licor. Además de tantas novenas de diciembre que al final se convierten en “novenas bailables” donde el “traguito” tiene un papel protagónico y eso sin qué decir del año nuevo. En medio de los centros comerciales, abundan los estantes repletos de botellas con promociones especiales para diciembre; hasta parece normal para algunos asociar Navidad con consumir alcohol.

El abuso de licor es uno de los detonantes de tantas peleas, accidentes y uso irresponsable de la pólvora en una cultura que iguala el ser “macho” con el beber en forma desmedida. Esto parece ser culturalmente aceptado en un país en donde la educación, la recreación, el deporte y la salud, se patrocinan con los impuestos a la cerveza, el aguardiente y los juegos de azar.

De esta carga cultural no se salvan ni las fiestas religiosas, donde unas copitas en honor de los “santos patronos” o la celebración de la alegría navideña, se mezclan con botellas que desfilan en las fiestas. Más de uno diremos “pero solo tomo socialmente”; ésto parece ser un eufemismo o una disculpa para justificar que aprovechamos toda oportunidad para entregarnos a los placeres de Baco.

Durante mi niñez, y creo que algunos también se sentirán identificados, observé como el licor hacía parte de la Navidad y en medio de los gozos y las alegrías, también provocaba las riñas y los sinsabores. Eran comunes las historias de infantes quemados, de los accidentes automovilísticos, de los suicidios, de las muertes por bronco-aspiración y qué decir de los embarazos no deseados. Pero después de varias décadas parece que todo siguiera igual y no sé si peor.

Me dirán que no es culpa del alcohol sino de “quien no sabe beber” pero nunca se enseña a “beber”, se llega al licor por familiares y amigos que tampoco lo saben y que después de unos tragos muestran facetas insospechadas de su personalidad. Existe una presión cada vez más fuerte, para que los y las jóvenes comiencen a tomar licor cada vez a más temprana edad y hoy se descubren cuadros delirantes, y patéticos, de menores totalmente ebrios en la calles, que envalentonados también se vuelven delincuentes.

El contacto con otras culturas y religiones permite observar miradas alternas sobre esta relación entre el licor y las fiestas religiosas, pues ellas sacan a las bebidas alcohólicas del escenario de celebración espiritual, promoviendo una expresión más sana del gozo, sin necesidad de intoxicarse o de “embrutecerse” para manifestar la alegría o la tristeza. Esto muestra que sí es posible crear esta alternativa cultural.

Continuando con nuestro tema, todo el consumo y abuso del licor, encuentra en muchos hogares uno de sus éxtasis en la nochebuena, donde es común ver más de un sujeto embriagado por las calles o en medio de las casas, perdido en su borrachera gritando “Feliz Navidad”. Para algunos el asunto de la embriaguez no pasa de alguna situación jocosa y hasta estúpida, en la que se ve a algún familiar “haciendo el ridículo” borracho en medio de la fiesta, pero parece que el asunto es más grave y deberíamos preguntarnos si como sociedad estamos enfermos de alcoholismo y nos negamos a reconocerlo.

Surge la pregunta: ¿Es posible celebrar sin consumir licor? Este cuestionamiento aborda nuestras más profundas raíces culturales heredadas de generación en generación, en la que no hemos aprendido a separar la fiesta del trago, así mismo ¿qué pasaría si un día optáramos por fiestas diferentes? Y a nivel religioso ¿será ésta la mejor forma de celebrar el nacimiento de Jesús?, ¿será éste abuso una forma de honrar la encarnación de Dios?

No puedo pretender ponerme como juez, son solamente algunas reflexiones para que aprovechemos estas celebraciones navideñas y de fin de año, para tomar conciencia sobre nuestro propio actuar y preparar nuestro corazón y nuestra alma, para recibir a Jesús. Es una invitación a la responsabilidad y sobre todo a la coherencia entre la alegría evangélica y los actos que manifiestan espiritual y materialmente este gozo.

Es un llamado a vivir la Navidad, no como hecho cultural o comercial, sino como una oportunidad de celebrar la alegría de la presencia de Dios entre nosotros hecho niño. Qué interesante sería que todo ese dinero derrochado en abusos de licor, lo pudiéramos ahorrar y entregar a los más necesitados para que ellos vivan de verdad un diciembre desde la solidaridad.

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