Teólogo Fabián Salazar Guerrero, director de la Fundación para el diálogo y la cooperación interreligiosa. INTERFE
Queridas y queridos lectores del blog diálogos espirituales, esta semana me permitiré unas notas anecdóticas inspiradas en mi visita a la casa de la abuela, donde son inevitables los recuerdos de otras épocas, que seguro algunos, en sus propias historias, compartirán conmigo.
Comimos tierra….
En nuestra infancia jugando con mi hermana, con mis primos y amigos en el jardín y en la huerta. Creo que nos untamos, nos revolcamos, nos divertimos, comimos tierra y jugamos con mucho barro.
Ahora a los niños se los educa muy “limpios” se les impide tocar y sentir la tierra, se los cubre de cremas y de lociones antisépticas y antibacteriales. ¿Cómo aprenderán a disfrutar? ¿De dónde sacarán defensas? ¿De dónde tendrán cariño por la tierra? ¿Cómo aprenderán a valorar lo básico? ¿De dónde recordaremos lo que somos?
Hoy, algunas terapias antiestrés recomiendan caminar descalzo por la tierra, el sembrar y estar rodeados por plantas, tal vez porque muchos de los que viven en las selvas de cemento viven desconectados. Además, en humildad, es necesario volver a recordar que estamos “hechos de barro” y algún día volveremos a ser tierra.
Unos de mis olores preferidos es el olor a tierra negra mojada… creo que es un recuerdo ancestral y una nostalgia de regreso a nuestras raíces campesinas. ¿Les pasa lo mismo?
Dicha sobre ruedas…
De los primeros recuerdos que tengo presente con más claridad es el de verme en la silla de una monareta (dícese de una bicicleta marca Monark), mirando hacia atrás y con una varilla curvada que se me incrustaban en la mejillas mientras algunos de mis tíos me llevaba por las polvorientas calles de mi ciudad natal (y alrededores) a visitar a sus novias. En cada estación (y eran muchas) recibía dulces y halagos. Disfrutaba muchos esas travesías sin casco, sin rodilleras y sin ningún tipo de protección salvo el cuidado atento de mis tíos para sortear los obstáculos del camino, incluyendo las desinfladas de llantas.
De igual manera en otra época viene a mi memoria la imagen de un viejo y destartalado triciclo naranja con el que disfrutábamos mucho dando vueltas en el patio, transportando todo lo que alcanzara, haciendo maromas y subiéndonos tantos primos como pudiéramos (parecíamos circo chino). Y de seguro en sus casas tuvieron un triciclo o ‘bici’ igual en algún patio o terraza.
La idea no era llegar a alguna parte sino vivir intensamente cada momento, era reírse, era caer y volver a levantarse, era compartir, era estar cerca y juntos, era sentir el instante como si fuera eterno, era no preocuparse sino disfrutar del recorrido. Lo anterior parece entonces, un muy buen símil sobre la vida misma, donde el objetivo debería ser recibirla como un recorrido sobre ruedas que se nos ofrece por un instante corto para ser felices, para aprender, para compartir y disfrutar de la compañía.
El viejo televisor de la casa…
En la casa de los abuelos había un enorme televisor de tubos al que tocaba tenerle paciencia hasta que se calentara para poder ver la imagen en blanco y negro, aunque en realidad eran únicamente tonalidades de grises, y cuando se apagaba, quedaba un punto blanco en el centro, el cual parecía tener un poder hipnótico que nos retenía estáticos esperando a que desapareciera.
Aunque existía el televisor, en realidad era un lujo y los de esa época tuvimos todavía la oportunidad de escuchar radionovelas que excitaban nuestra imaginación, en mi memoria todavía aparece el grito “Kaaaaliiimammmm el hombre increíble”.
Por ser el más pequeño, mis tíos pensaban que yo era el “control remoto” y me mandaban a subir el volumen y arreglar el televisor (que consistía en darle golpecitos por los lados). Otro capítulo divertido era el arreglo de la antena del televisor, lo que consistía en dividirse en tres grupos: uno se subía al techo y movía la antena (que parecía un pescado sin cabeza y a veces se adornaba con ganchos o tapas de ollas), otro grupo se hacía al lado del televisor para gripar “ahí, ahí, ahí… déjelo ahíi” el tercer grupo escuchaba al segundo y gritaba a los de la arriba “queee loooo deje ahiiiiii…que no loooo mueva” y luego “ ya se fue la señaaaal… no se ve nadaaa”. Cuando se lograda por fin cuadrarlo se suscitaba de forma espontánea un gran alborozo con aplausos y felicitaciones.
En ese tiempo el televisor era sólo un extraño, un invitado en un rincón pero no ocupada el centro de la familia. En ese tiempo existían valiosos espacios para compartir, para jugar, para escuchar historias de los abuelos, para salir al patio, para jugar, para conocerse y convivir. No se cuando las pantallas se tomaron las casa, se quedaron en medio de los comedores, en la intimidad de las habitaciones y hasta en los celulares y desplazaron el diálogo, el encuentro y hasta la unidad. Parece que ya me estoy volviendo nostálgico.
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