Fabián Salazar Guerrero. Director de la Fundación para el diálogo y la cooperación interreligiosa. INTERFE

 

Muchas veces hemos intentado ayudar a los demás pero no sabemos cómo hacerlo; en ocasiones hemos sido engañados e incomprendidos, en no pocas situaciones nos hemos sentido frustrados y hasta envueltos en problemas ajenos por intentar “ser buena gente”. A continuación comparto algunas virtudes desde la experiencia para intentar ayudar a los demás sin “morir” en el intento:

Dedicación y constancia.  El intentar ayudar a otros pide junto a una muy buena dosis de carisma y don de gentes, un esfuerzo continuo por buscar, por investigar, por indagar y por preguntar por los mejores caminos para intentar ayudar a los demás, pues no basta la buena voluntad para acompañar a quienes nos necesitan. Antes de intentar ayudar a alguien es mejor preguntarse si se está preparado para hacerlo, no sea que nuestra improvisación, por muy bien intencionada que ésta sea, cause un daño mayor y que en ocasiones es irreparable tanto para quien da como para quien recibe.

Creatividad. En muchas ocasiones el intentar ser un guía para otros es ayudarles a encontrar soluciones inéditas, renovadas y armoniosas en medio de posiciones encontradas, en medio del dolor y la rabia que ocasiona el conflicto y de las situaciones de  desconfianza y duda generadas por sus luchas internas. Ofrecer nuevas luces pide como condición no intentar imponer “nuestras soluciones” a los otros y mucho menos resolverlas por ellos, ya que si no aprenden por sí mismos a salir de sus dificultades, se volverán dependientes de nosotros y no podrán crecer como personas.

Sentido común.  El sano criterio, la mirada que sabe diferenciar las situaciones con serenidad, la pausa o la palabra prudente, la sabia discreción del testigo, son los garantes de un servicio solidario bien hecho, que renuncia a la premura de la impaciencia o al engaño de la apariencia, para dar paso a la sensatez y la búsqueda de una honesta solución en el que prime el bien o al menos se evite un mal mayor. Este sentido nos debe llevar también a analizar si el otro se está aprovechando de nuestra buena intención para manipularnos, utilizarnos o simplemente para descargar su responsabilidad; si este es el caso debemos actuar con premura para establecer sanos límites de distancia.

Saber escuchar. Qué difícil ejercicio es intentar renunciar al protagonismo de la propia palabra, para dejar al otro ser el mismo, para sentirnos empáticos con su causa, para comprender sus razones, pero finalmente si aprendemos a callar para dar paso al interlocutor, entenderemos su corazón, su dolor y hasta lograremos encontrar en sus propias búsquedas la solución a su conflicto. Habrá ayudas valiosas con únicamente escuchar, mirar o abrazar.

Generosidad. Nuestra labor es invaluable, pues no hay mayor bien o mayor gozo que restaurar a las personas, restituir el equilibrio a las comunidades y provocar horizontes de esperanza en quienes acompañamos. Sin embargo si quien ayudamos no reconoce que nuestro tiempo es irrecuperable, que nuestro conocimiento es fruto de dura dedicación, que nuestros recursos vienen del trabajo y que por dedicarles atención y cuidado, en ocasiones dejamos a los nuestros o a nosotros mismos en segundo plano, de verdad no valorarán lo que hacemos por ellos y terminarán por despreciar todos nuestros esfuerzos y hasta insultándonos.

Firmeza y dulzura. Deberemos mantener la confianza en nuestra palabra y misión, nuestra ecuanimidad  y nuestra rectitud de intención, pero a la vez que conservamos la sonrisa, la calidez de la acogida y la actitud  amable, también debemos mantenernos firmes en nuestras decisiones y anteponer el cuidado de nuestra dignidad cuando nos veamos utilizados, disminuidos, envueltos en problemas o simplemente cuando intenten tomarnos por “tontos” o débiles por la bondad de nuestro corazón. Aunque suene duro decirlo, no todos merecen nuestra ayuda.

Colaborar en red. El secreto de ayudar con efectividad al prójimo es aprender a ser un nodo que interactúa con el entorno, que aprende a direccionar una ruta efectiva de atención a quien recurre a nosotros, que recibe consejo de las autoridades de la comunidad, que sabe ser puente y no destino. Cada día es una magnífica oportunidad para entablar nuevos contactos, alianzas estratégicas, pero sobre todo nuevas amistades que nos animarán, nos brindarán su compañía, su ayuda y sus valiosas enseñanzas para ayudar a los demás. Además nos enseña que es sano no sólo dar sino también aprender a recibir, ya que una tentación de quienes dedican su vida a los demás es quedarse callados, sentir vergüenza de pedir colaboración, pensar que deben “aguantar”, pasar necesidades sin que nadie sepa, vivir empobrecidos y sobre todo quedarse solos y abandonados en sus luchas.

Fortalecer una vida espiritual. Ayudar a los demás es reconocer el Amor en todo lo que nos rodea, es una chispa de divinidad que nos permite ver más allá de las apariencias, de las clases, de los estereotipos, para descubrir en los otros y otras la dignidad de los hijos de Dios. Esto nos ayudará frente a los momentos de duda, de desilusión y de desánimo, a recordar siempre que a pesar de las dificultades nuestra misión es una labor de corazón supremamente necesario para la paz y la reconciliación. Somos ángeles para los demás.

 

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