Fabián Salazar Guerrero. Director Fundación INTERFE. Coordinador de Proyección Social de la Facultad de Teología de la USTA.

 

En estos momentos posteriores a la ceremonia de firma protocolaria de los acuerdos de Paz y a pocos días de la votación del plebiscito en Colombia, me surgen las siguientes reflexiones fruto del intento de ponerme en el lugar del otro, o para decir mejor en las “botas” del otro. Con esto dejo elementos de reflexión como lo hice en una anterior entrada de mi blog.

Hoy en un ambiente polarizado del Sí o el No al apoyo a los acuerdos, surgen juicios, emociones, condenaciones y hasta insultos de venganza en contra de los miembros de la guerrilla. Nadie puede negar que sus acciones ciertamente han sido terribles y nada las puede justificar, pero detrás de las acciones también existen personas y algunas vienen también de una cadena de victimizaciones sociales, estructurales y vale la pena recordar que muchos fueron reclutados contra su voluntad.

Parecería como si decidiéramos sobre el futuro de unos “seres extraños”; da la impresión que olvidamos que muchos de ellos votarán, al igual que sus familias, sus parejas y sus simpatizantes, pues  ellos son también nuestros compatriotas y se están arriesgando con este proceso.  Ese intento de mostrarlos a todos, en una absurda generalización, como seres desalmados, unos monstruos sedientos de sangre, violadores y detestables explotadores de niños por puro “gusto”, por “perversa alma” o por “enfermedad mental”, “ sin Dios ni ley” parece no hacer justicia al hecho de que existen diferentes responsabilidades entre los miembros de sus filas. Intentar convertir a todos en horribles seres parecería ser un gran obstáculo a la reconciliación.

Nosotros votamos, pero en realidad ellos están arriesgando su futuro y sobre todo el combatiente raso que ha vivido el rigor de la guerra y ahora la incertidumbre de la paz.

Pensando con calma y dejando aparte los rencores podríamos ponernos en sus “botas” y pensar que ellos también caminarán entre luces y sombras.

¿Qué pasará el día de mañana cuando dejen las armas?

Algunos regresarán a sus casas con la alegría de encontrarse con sus familias, en especial con sus madres que los esperarán con ansiedad, pero se otros se encontrarán con la sorpresa de descubrir que ya no tienen donde llegar, o que son unos extraños paras sus familiares o que no son bienvenidos.

Algunos tendrán la dicha de volver a encontrar amigos y reiniciar su vida de nuevo, pero otros ya no tendrán más conocidos que sus camaradas de las filas y descubrirán con cierta tristeza que afuera no es tan fácil encontrar amistades verdaderas, que sus amigos del colegio o la universidad ya se encuentran organizados y que muchos de ellos los verán con desconfianza.

Algunos podrán volverán a encontrarse con sus amores con la esperanza de conformar un hogar; para otros recaerá el juicio de parejas e hijos que le reclamarán el haberlos dejados solos, de haberlos cambiado por “los ideales” que hoy no están muy seguros de haber cumplido. No será tan fácil para muchas familias que sus hijos e hijas se enamoren de excombatientes.

Algunos volverán con la frente en alto pues en su lógica fueron héroes de sus convicciones, pero a otros los atormentará la conciencia por los crímenes cometidos, por los abusos de poder, por los desmanes del dinero, por la violencia contra los pequeños y desvalidos. Tendrán que vivir con sus amargos recuerdos.

Algunos regresarán con la confianza pues tienen un grupo familiar, eclesial o social que los espera para darles una oportunidad, pero otros vendrán con miedo pues dejaron cuentas pendientes con miembros de su propio grupo, con personas que esperan el momento de verlos desarmados para vengarse y con socios criminales que esperan acallarlos a cualquier costo.

Algunos regresarán con el deseo de trabajar y de aprender y las oportunidades que se les den de seguro las aprovecharan para salir adelante e integrarse; pero otros que lo único que conocieron es la guerra, que solo sabían obedecer órdenes, que no tenían más referencia que el monte en donde no tenían nada propio, no sabrán cómo administrar los recursos que les otorguen, no tendrán las capacidades de adaptarse y no contarán con las competencias para desempeñarse en el mundo laborar pues la ayuda será limitada.

Algunos vendrán todavía jóvenes y saludables con toda una vida por delante, pero otros descubrirán que sus años se fueron, que ya están cansados, que se arrugaron sus pieles y hasta sus sueños y que regresan con graves limitaciones físicas, afectivas o psicológicas. Más de uno caerá en la depresión del fracaso existencial.

Algunos vivirán una vida de lujos, de reconocimientos, de viajes y de cargos públicos, mientras otros se perderán en el anonimato de sus sencillas luchas cotidianas y después de un tiempo ya nadie se acordará de lo que “hicieron por este país”. Mirarán que las élites con sus familias progresan, mientras ellos se sumergen en la pobreza y el progresivo abandono sino no han tenido un proyecto sostenible de vida.

Algunos encontrarán consuelo en las iglesias, religiones o en las organizaciones sociales, culturales o políticas para seguir luchando por la justicia, mientras otros caerán en la tentación de entrar a otros grupos armados o disidentes para ser mercenarios,  pertenecer a las bandas criminales o continuar con el narcotráfico.

Algunos se sentirán agradecidos con sus jefes y con la sociedad por esta posibilidad de construir un nuevo proyecto de vida, pero otros seguirán sintiendo resentimiento con sus dirigentes y con la sociedad por creer que fracasaron en su lucha, o porque no fueron reconocidos como los héroes que pretendían ser.

Entonces: ¿Qué harás tú por ellos y ellas que regresan? No es suficiente que llenemos las urnas con votos a favor o en contra sino que asumamos una responsabilidad acciones de respuesta efectiva y de gestos reales de acogida. No es únicamente votar y dejar al gobierno el problema sino ser solidarios y coherentes con nuestros principios de Fe mirando con los ojos de Misericordia a quien lo requiera.

Votar en conciencia implica asumir las consecuencias.

 

Fabián Salazar Guerrero

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