Teólogo Fabián Salazar Guerrero. Director Fundación INTERFE.

En estos días he tenido que ser testigo de una serie de eventos donde la ambición se desmide y aparecen las intrigas de poder, las desconfianzas sembradas contra los otros, los rumores destructivos, la manipulación de las personas, la exaltación de los prejuicios, las falsas victimizaciones, las injusticias y los deseos de alcanzar las metas no importa a quién se deje herido o herida en el camino.

Podemos (y hasta debemos) tener diferencias pero esto no justifica intentar eliminar al otro o desprestigiarlo. Es imperativo mantener siempre la altura de nuestras opiniones, nuestra entereza y cordialidad en el trato, nuestros valores y sobre todo reconocer que todo es pasajero y nada vale la pena como para intentar acabar con las demás personas.

Es claro que debemos defendernos de aquellos ataques, pero si a esto se enfrenta “fuego” contra “fuego” lo único que resulta es un incendio que termina destruyendo la dignidad, la confianza, los afectos y en último término el Amor. Debemos conservar la valentía de la denuncia pero nunca dejar la nobleza y fortaleza de corazón.

Y de esta fortaleza son las niñas y niños nuestros maestros. Expongo las siguientes características de la limpieza de su corazón que nos ayudarán a intentar ser mejores y dejar de lado una ambición sin sentido:

Naturalidad. El niño con naturalidad descubre la igualdad y el deseo de compartir con el otro sin competencia (las competencias se las proyectamos los adultos). Descubre que por naturaleza somos iguales y que si alguien tiene un dolor o necesita algo debemos socorrerlo, consolarlo o sanarlo. Los prejuicios sociales, raciales, de religión o de género, son producto de los intereses, la ignorancia o el temor, pero no hacen parte de la natural condición en la cual se evidencia que nacimos desnudos y de igual manera nos iremos.

Espontaneidad. El amor ocurre en cada rincón de la existencia, y es por eso que como niños debemos dejarnos sorprender; volver a hacer preguntas y permitir que todo sea nuevo. ¿Cómo se podría ser orgulloso frente a tanta maravilla de la creación que nos muestra nuestra pequeñez? ¿Cómo ser altivo ante tanta gratuidad de abundancia y belleza que nos rodea? ¿Cómo creernos superiores cuando nos espera la misma muerte? Y junto a estas respuestas a la vez reconocer nuestra común dignidad de seres humanos merecedores de derechos y responsables de deberes.

Sencillez. Es la actitud de los niños y niñas de ver las cosas en su justa medida, para encontrar que todo tiene solución, que todo tiene su momento y que todo tiene su importancia. Sencillez no corresponde a menosprecio de sí mismo, o simpleza de mente o empobrecimiento de la dignidad; al contrario, es reconocer que nuestro valor y el de los demás se da en sí mismo y no por lo que tengamos, sepamos o hagamos, ya que todo eso es pasajero. Es un desafío el aprender a ver sin máscaras y sin juicios.

Alegría. Las cosas más valiosas de la vida, entre ellas la alegría, no la podemos comprar y eso lo saben los niños; se da con gratuidad a quien la busca y la comparte. Tantas veces los adultos reímos por banalidades, hacemos muecas de burla, fingimos sonreír por interés o lanzamos por orgullo unas carcajadas de desprecio, sin advertir que al final todo eso se devuelve, ya que la vida es un espejo. Por eso es necesario reír nuevamente como niños para constatar la forma en que amablemente cambia nuestra vida y nos volvemos auténticos.

Ternura. La ternura en la niñez al contrario de lo que podría pensarse es uno de los rostros de la fortaleza: ¿o quién frente a ella no baja sus guardias, se conmueve o se desarma? Intentar amarnos con ternura es aprender a perdonarnos, aceptarnos y desear hacer cambios benéficos a nuestra existencia. Así mismo desde esa dulzura renunciar a todo tipo de acción que busque imponernos, aparentar o manipular a los otros a nuestra conveniencia. Aprende a ver y servir con ternura y eficiencia, sin intereses como los niños y niñas, es apostarle a una sociedad sostenible en la paz y en progreso.

Lo anterior es una invitación a ser generosos y a trabajar por el bien común en la promoción de una sociedad justa, participativa, igualitaria e incluyente que supere las ambiciones individuales o particulares. Y en esta cambio de corazón podemos pedirle a Dios nos ayude.

 

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