Teólogo Fabián Salazar Guerrero, director de la Fundación  INTERFE.

 

Cada Semana Santa es un llamado a hacer presentes los hechos de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, contemplando profundamente las acciones salvíficas que hace más de dos mil años marcaron la historia de la humanidad. Se conmemora en forma litúrgica, narrativa, a través de representaciones y de procesiones los diferentes pasos que se desarrollaron desde la entrada triunfal a Jerusalén, pasando por los hechos de la pasión que llevaron al desenlace en la cruz, y todo lo anterior leído a la luz de la resurrección.

La Semana Santa muestra el amor llevado a la plenitud de entrega de la vida por los amigos y hasta por los enemigos. No es la glorificación del masoquismo, ni la de un Dios sediento de sangre, ni el señalamiento contra un pueblo, ni la del sadismo morboso de la muerte violenta; por el contrario, la cruz es el resultado de una vida coherente que incomoda a la mediocridad, una vida comprometida que denuncia los abusos, una vida misericordiosa que se opuso a la marginación, una vida pacífica contraria a las tentaciones de la venganza y una vida plena que vence la muerte.

En muchas ocasiones se prefiere un cristianismo «suave» que no exija, que no pida darse, que no llame a compartir, que se limite a ritos o a contribuir económicamente pero es hora de ir más allá si se quiere darle sentido a lo que se hace memoria.

 

 Una experiencia que va más allá de una fecha de calendario. Por la velocidad de la vida actual cada vez se tiene menos tiempo para pensar, orar o meditar. El estrés, los hábitos inadecuados, las preocupaciones, le quitan humanidad a la vida, desplazando el espacio de crecimiento y de cultivo de lo espiritual.  La Semana Santa más que una fecha cultural es una bonita ocasión para el ejercicio de reflexionar sobre la propia existencia, para establecer prioridades, para detenerse y para sentir un profundo agradecimiento con Dios.

La instrumentalización de estas fechas religiosas decretadas como «festivos» (en Colombia), hace que se conviertan, para algunos, únicamente en puentes vacacionales de descanso. Y aunque atrae la rumba, la piscina, la playa y el licor, al final la gente se puede quedar con la misma sensación de vacío existencial pues se pierde este momento para encontrarse consigo mismo, compartir calmadamente con la familia y acercarse al misterio del amor divino.

 

Resultados profundos más allá del inmediatismo. En una cultura inmediatista muchos se desesperan por no tener resultados instantáneos en el plano espiritual. Se frustran al querer limitar a Dios, a un objeto hecho a la medida que se acomode a los propios horarios de disponibilidad y que haga «milagros» a conveniencia. La transformación y crecimiento del Espíritu es un camino paciente, cotidiano y sincero, pero de hermosas flores en el camino.

No es extraño ver cada día a más personas enfermas más allá de lo físico sumidas en la depresión, la soledad, la tristeza, el deseo de autodestrucción y el miedo. Frente a lo anterior el antídoto es dedicar tiempo, recursos, espacios para sí mismo, para escucharse, para perdonarse, para encontrarse, para sanar las heridas, para hacer cambios y para dedicar a la vivencia generosa del amor, la conversión y el silencio, y eso ofrece la Semana Santa.

 

Algunas preguntas orientadoras:

¿Qué importancia quiero darle a la Semana Santa este año?

¿Cuánto tiempo dedicaré a una auténtica oración en estos días?

¿Qué estrategia seguiré para buscar tiempo con el fin de estar conmigo mismo?

¿Qué haré para darle más silencio y calma a mi vida?

¿Qué cambio tendré en mi cotidianidad para ayudarme en el recogimiento interno?

¿Qué lectura me acompañará en estos días?

¿En qué celebraciones acompañaré a mi comunidad de Fe?

¿Qué películas, fuera de las tradiciones de Semana Santa, buscaré para comprender mejor mis creencias?

¿A qué hábito, que me hace daño, voy a renunciar?

¿Qué acciones realizaré para compartir mis bienes y talentos con los más necesitados?

¿A quién iré para darle de corazón mi perdón?

¿Qué motivos tengo para dar gracias?

¿Decido dejar la tristeza, la costumbre de quejarme y el miedo, para continuar mi existencia de manera plena?

¿Cómo haré posible para que la celebración de Semana Santa vaya más allá de un contexto sentimental, cultural (y hasta vacacional) a una verdadera expresión de la Pascua en todo mi ser?

Y finalmente ¿Cómo manifestaré el Amor del Dios de la Vida en mí?

 

Dejo estas reflexiones para estos días.

 

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