Teólogo Fabián Salazar Guerrero. Director Fundación INTERFE.

 

La espiritualidad es un llamado de la divinidad, es un llamado a descubrir la presencia de la trascendencia en la propia existencia y en el entorno; es un llamado a la unidad en el amor. No es algo reservado a algunos iniciados, a los ascetas o a los místicos, sino una vocación profundamente humana.

Es una e-vocación que considera la experiencia histórica y la temporalidad como espacio de manifestación de la divinidad en las experiencias biográficas, y que suscita como efecto la gratitud, el compromiso y la búsqueda de la felicidad. Evocar es hacer memoria de todos los momentos en los cuales hemos encontrado que nuestra vida tiene sentido y que somos realmente valiosos.
La espiritualidad como con-vocación, muestra lo fundamental que es la experiencia comunitaria como garante de una auténtica vivencia espiritual. Las manifestaciones individualistas bien pueden ser fruto de autosugestión, es por eso que la comunidad aparece para ayudar a discernir sobre esta experiencia, depurarla y compartirla.

La espiritualidad como pro-vocación, muestra la dimensión de desafío que mueve a hombres y mujeres a hacer cambios en su propia vida y en su entorno, para promover la fraternidad, el bienestar y la celebración de la existencia.
La espiritualidad es también in-vocación, que hace presente la necesidad humana de comunicarse con la divinidad, de establecer una relación amorosa, de confianza y de profunda comunión.

Es por eso que la espiritualidad es un estado de la vida misma, que no pide huir sino encontrarse; que no busca escapar sino viajar a la propia interioridad; que no pretende elevarse sino tomar conciencia del aquí y el ahora.

A continuación algunos aspectos y algunas acciones cotidianas que ayudan al cultivo de esta espiritualidad.
El cuerpo. La  corporalidad más que herramienta biológica es una mediación de contacto con el mundo, de encuentro con los otros y en última instancia, la posibilidad de comunicarse con la divinidad.

El tiempo. La dimensión temporal de la experiencia humana se establece en la centralidad de una historia personal y comunitaria que explique quiénes somos a partir de las experiencias del pasado así como las esperanzas  del futuro, pero, que se centra en la realidad del presente.

 

Los lugares. En esta dinámica todo espacio que el ser humano le dé un valor simbólico y le permita ir más allá de sí mismo, y ubicarse en el plano de la trascendencia, puede considerarse espiritual. Lo anterior afirma que los lugares espirituales no  están reservados a los templos religiosos sino que todo alrededor tiene una invitación a encontrar la divinidad.

 

Los momentos de la vida. La experiencia de humanidad determina grandes momentos de cambio en la vida de los hombres y las mujeres. Es el ciclo vital que se repite en cada generación y que está marcada por el nacimiento, el paso de la niñez a la adultez, el matrimonio, la consagración, el nacimiento de los hijos y la muerte. En todas las comunidades estos momentos de paso son celebrados y resignificados a partir de los propios referentes culturales y se convierten momentos de vivencia de la espiritualidad.

 

Personas. Los seres humanos revestimos simbólicamente a algunos de nuestros semejantes y colocamos sobre ellos los atributos de autoridad, fortaleza y sabiduría para permitirles orientarnos en nuestro camino.

 

Pensamiento. La experiencia personal y comunitaria de la divinidad inicia por una búsqueda desde del ser interior y que se irradiar a todo el entorno. Pensar con amor, ver con amor, decir con amor, hacer con amor, sentir con amor nos da una progresiva coherencia que nos lleva a la felicidad.

 

Y en cuanto a la relación con Dios valorar la intimidad de su encuentro, aprender a alabar, agradecer a recibir y dar y amor con la naturalidad de un niño. Pedir con confianza y trabajar con entusiasmo en lo que se ha pedido. Descubrir el rostro de Dios en los  innumerables rostros en los demás y en la creación. Sentir un amor personalizado, un amor maduro, un amor transformador y  responder  con valentía a una vocación humano a vivir con plenitud.

 

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