Dr. Fabián Salazar Guerrero. Teólogo y Asesor Espiritual.

Es toda una vida la que llevamos escuchando opiniones de los demás, que calan profundamente en la memoria y que van moldeando la forma de vernos, de sentirnos y de afrontar la realidad y al final influyen en la imagen que tenemos de nosotros mismos.

En ocasiones las apreciaciones de los padres, maestros, y compañeros de camino han ayudado a construir una imagen llena de confianza, de seguridad en las propias posibilidades y de esperanza en el futuro y lo más importante de respeto y autoestima. En otras, las proyecciones de los demás, han causado daños al amor propio hasta convertir la existencia en una pesada carga ocasionando miedo, desconfianza y mucho dolor.

Cada día es una oportunidad para volver a programar nuestra mente y sanar nuestro corazón con acciones que ayudan a reconocer que somos muy valiosos:

– Tomar conciencia de lo afortunados de somos de despertar y comenzar de nuevo cada amanecer.

– Levantarse en las mañanas y agradecer por la vida, sintiendo que es una nueva oportunidad para ser felices a pesar de las dificultades que puedan presentarse en la jornada. Agradecer también a cerrar los ojos en la noche.

– Que el primer paso, fuera de la cama, sea dado con firmeza y con la profunda convicción que merecemos cada día algo mejor.

– Frente al espejo, aprender a mirarnos sin juicios, dejando de lado las frases que califican nuestra apariencia, buscar en su lugar los aspectos positivos que podamos ver en nosotros.

– Aprovechar el aseo y la ducha para reconocer y cuidar nuestro cuerpo como un bello templo para consentirlo, sanarlo y protegerlo.

– Disfrutar del alimento de la mañana y saborear con calma lo que preparamos. Así mismo agradecer por los recursos y bienes que tenemos a nuestro servicio.

Ir al trabajo con el mayor de los entusiasmo considerando que nuestra labor es útil al mundo. Así mismo reconocer que si un empleo no nos llena o no tiene coherencia con lo que pensamos es nuestro propósito de vida es necesario buscar nuevas alternativas que nos den plenitud.

– Escuchar a nuestros compañeros con gentileza pero siempre evitando dejarnos atrapar de los rumores, las burlas o los chismes. Pues lo que digamos de los demás dice de nosotros mismos.

– Hacer pausas para dejar un momento de lado nuestros equipos de trabajo y respirar profundamente para tomar conciencia de nuestro ritmo. El estrés solo ocasionará que nos enfermemos, tomemos inadecuadas decisiones y bajemos el rendimiento.

– Frente a las comunicaciones que nos llegan, podemos recordar que algunos mensajes merecen ser respondidos, otros explicados y muchos ignorados. Discernir qué importancia le damos a lo que nos dicen depende de la valoración que le demos a nuestra paz y nuestra tranquilidad.

– Almorzar saludable, agradecer por el alimento disponible y a quienes lo prepararon, tomar cada bocado con calma, sentir las texturas y olores, equilibrar la cantidad y sentir el placer de comer dejando atrás el miedo de “engordarse” o “que nos va a hacer mal”.

– Darle un espacio a disfrutar de la música, los hobbies, los oficios, los silencios, los paseos, las actividades artísticas y los deportes.

– Durante todo el día regalar sonrisas y descubrir como los demás y la vida misma nos sonríen también.

Aprovechar toda oportunidad para decirle a la personas lo valiosas que son, reconocer su trabajo y esfuerzo, destacar su belleza y animarlos a seguir adelante.

– Visitar a los seres queridos y amigos para compartir con ellos. El regalo más valioso que se tiene para dar es tiempo, pues cada momento es único e irrepetible.

– No permitir que nadie lastime nuestra estima, prohibir toda acción que nos haga violencia, reaccionar con firmeza ante la manipulación, huir de los intentos de aquellos que quieren acallar la voz de nuestra conciencia, dejar a quienes abusan de nuestra confianza o buscan robar nuestra libertad.

– Reconocer y aceptar nuestra condición de hijos de Dios, vivir en coherencia con esa dignidad y confiar que Él y sus ángeles ven en nosotros la belleza, la bondad y verdad de nuestro origen en el amor divino.

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