Fabián Salazar Guerrero*

 

Como adultos hemos sentido varias veces que nos duele “algo” cuando los otros no nos dan el lugar, la atención o el reconocimiento que creemos merecer, y comenzamos una guerra interna de rabia, de reclamo, y hasta de venganza. Sentimos que nuestro orgullo ha sido lastimado y que otro es el culpable. Este escrito no trata de la conveniencia o no del orgullo, sino de ayudar a superar el dolor que se produce cuando éste nos desborda y nos roba la tranquilidad.

Por ejemplo, en esta lógica de defender nuestro ego sucede que, en ocasiones, nos empecinamos en luchas en las que los únicos golpeados somos nosotros mismos. Preferimos perder personas, momentos, oportunidades de ser felices, solo por demostrar que teníamos razón, así no la tengamos.

Mantenemos posiciones, opiniones y relaciones incomprensibles, de las cuales no estamos dispuesto dispuestos a ceder, a iniciar de nuevo, o a pedir disculpas. Nuestro orgullo lastimado nos lleva a decir y hacer cosas que hacen sufrir a las personas que queremos y luego de habernos metido en un laberinto de odios y de resentimiento, no sabemos qué hacer para salir.

Cuando nos sintamos atrapados por ese dolor que causa el orgullo, podríamos intentar las siguientes acciones que nos ayudarán a ir por un camino de amor sanador.

  1. Ayudar a los demás. La vida nos demuestra que por naturaleza somos iguales, que sin distinción sentimos miedo, dolor, alegría, esperanza, deseo de cuidado y protección, y que todos necesitamos de los demás. Es por eso que bajar la guardia del orgullo y ayudar a los otros, sin soberbia, nos recuerda que la vida da muchas vueltas y que lo que sembremos hoy en socorrer, consolar o sanar al prójimo, la existencia nos lo devolverá multiplicado en bendiciones.
  2. Descubrir la gratuidad. Las maravillas de cada día nos llevarán a preguntarnos: ¿cómo ser altivo ante tanta riqueza y abundancia que nos rodea? ¿cómo creernos superiores cuando simplemente somos pasajeros? Y ¿cómo no reconocer que lo realmente valioso de la vida no se puede comprar? Todo es prestado, hasta la vida misma, por eso cada día es un verdadero regalo que merece ser agradecido y disfrutado.
  3. Sencillez de vida. Sencillez es la actitud de ver las cosas en su justa medida, para reconocer que todo tiene solución, que todo tiene su momento y que todo tiene su importancia. La sencillez no corresponde al menosprecio de uno mismo, a la simpleza de mente o al empobrecimiento de la dignidad; al contrario, es reconocer que nuestro valor se mide, no por lo que tengamos, sepamos o hagamos, sino por lo que somos. Se requiere volver a ser como niños para dejarnos sorprender y gozar de la existencia sin miedo.
  4. Actuar con paciencia y armonía. Dejar el dolor de orgullo es intentar ver a los otros con los ojos de Dios y sentir compasión y conmoción más allá de las apariencias. Es aprender a tener paciencia con las luchas que están viviendo los demás, es responder con ecuanimidad, profundo amor y dulzura a las palabras y las acciones que los otros hacen. Es reconocer que todo es más fácil cuando no tomamos las reacciones de los demás como si fueran ataques personales y cuando sabemos perdonar los pequeños inconvenientes de la vida cotidiana sin dejarnos llevar por el rencor o la amargura.

Entre el orgullo y el amor nos encontramos todos, está en nosotros mismo decidir qué camino nos puede dar más felicidad.

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*PhD. Doctor en Teología. Asesor Espiritual. Director Fundación INTERFE.

 

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