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Fabián Salazar Guerrero PhD. Doctor en Teología. Asesor Espiritual.

Al sintonizar las noticias es inevitable no sentir dolor al ver en muchos lugares enfrentamientos entre hermano contra hermano, en unas luchas agresivas en las calles y caminos de Colombia. Cada día se agrava las consecuencias de un largo paro, que en varios sitios ha llegado al extremo de permitirse imperar la “justicia” por propia mano.

Aumentan el número de muertes, de pérdidas económicas, el índice de desempleo se eleva dramáticamente, destrucción de infraestructuras y locaciones, se incuba una desconfianza en las instituciones, se empuja a la desesperanza a muchos sectores; y esto sin contar el enorme riesgo de contagio por la pandemia. La situación actual hace emerger las graves situaciones de inequidad social que vienen acumulándose por décadas y hace fluir un torrente de reclamos históricos que parecen no encontrar eco. En estas protestas se han mezclado diferentes intereses con diversas agendas, y cada vez parecen ser menos claros los pliegos o los límites de una negociación. Los divididos grupos buscan respuesta para la parcela de sus necesidades, que van desde parques en los barrios hasta grandes reformas estructurales en el orden socio-político.

La gente se comienza a sentir atrapada entre los sentimientos de apoyo a las causas del paro y los efectos perversos de los bloqueos en las vías y el consecuente desabastecimiento, aún de los bienes esenciales. Se ha creado incertidumbre sobre la efectividad de las mesas negociadoras, y mientras tanto la población empieza a agotarse en el desespero, a sufrir de estrés por la falta de recursos, a llorar por los muertos en todos los “bandos”, a reacción de manera absurda; y sin excepción, cada uno a su manera, no hace más que suplicar por una pronta solución, pues no es lógico que sigamos autodestruyéndonos en la violencia venga de donde venga.

Por otra parte, es triste constatar como los oportunistas pretenden aprovechar la situación para dar rienda suelta a las acciones criminales o para pescar en río revuelto y sacar provecho a sus intereses politiqueros, o dejar volar sus ansias de mantener al país en una polarización absurda que los mantenga en el poder. En otra orilla, se debe decir, que muchos medios de comunicación y las redes sociales, no importando a que sector pertenezcan, se hacen presa de la inmediatez de las imágenes y los videos, sin análisis, sin contextualización y en ocasiones con la malévola intención de crear confusión y manipular a la opinión pública. En medio de tanta información, en ocasione perdemos la objetividad, y nos dejamos llevar por el miedo, por la especulación y por la desconfianza, que tanto daño hacen a la verdad, la justicia y búsqueda de soluciones.

La sociedad internacional parece estar atónita y sorprendida con lo que sucede en Colombia, y se tejen toca clase de teorías para intentar comprender por qué la situación de protestas se desbordó de tal manera que está produciendo un enfrentamiento entre colombianos. Son varios los organismos de cooperación y de veeduría que intentan ayudar desde el exterior, pero mientras el país no reconozca que tiene un grave y real problema, ellas no podrán brindar todo su potencial de solidaridad y de acompañamiento. Es hora de actuar pues no se sabe qué daños y qué cicatrices, puede dejar en la sociedad este paro en el término del inmediato y mediano plazo.

Es preocupante que en algunos sectores se enarbolen banderas llamando al odio y que se creen filas que se oponen en imaginarias y perversas divisiones que crean dicotomías entre las fuerzas del orden y los manifestantes, entre los que se autodenominan “gente de bien” y los demás, entre los mayores y los jóvenes, entre los que dicen defender la institucionalidad y los manifestantes, entre las grande empresas y los pequeños campesinos, entre los “blancos” y los indígenas, entre los pudientes y los pobres, entre lo urbano y lo rural, entre los empresarios y los trabajadores, entre los “muertos buenos” y los “muertos malos”, entre la “derecha” o la “izquierda”, entre comprometidos con la causa y los indiferentes, y entre el gobierno y su pueblo. Al final parecemos olvidar que somos los mismos, que somos uno sólo, que somos hermanos, que somos humanos, que somos colombianos, y que no saldremos adelante sino intentamos escucharnos, unirnos, aceptarnos y trabajar juntos en curar nuestras heridas y salir adelante, como siempre lo hemos hecho.

Sería iluso pensar que existe una solución mágica o una varita que haga realidad los sueños; y tampoco se puede esperar que una mesa (que muchos piensan que no los representa) puede llegar a una conciliación que resuelva todos los problemas de fondo, pero sí se puede pedir, o casi suplicar, que den unos primeros pasos hacia la solución inicial de este conflicto social que cada día puede seguirse incendiando. Es hora de desarmar los corazones, es hora de escucharse mutuamente, es momento de la generosidad para ceder y concertar, es hora de ser realistas en las peticiones y a las ofertar, es la oportunidad histórica para mostrar nuestro valor como colombianas y colombianos que amamos al país y que aprendemos a dejar nuestra diferencias aparte para edificar un proyecto de nación. Ojalá tengamos la altura y la valentía para resolver bien este conflicto y dejar a las próximas generaciones, el testimonio que fuimos capaces de construir una nación fuerte, próspera, justa y fraterna.

Hace unos pocos días celebramos pentecostés y que bien nos vendría pedir algunos dones:

– Sabiduría, para encontrar las mejores soluciones, para ser justos en las determinaciones, y para dejar de buscar culpables, asumir nuestras responsabilidades y trabajar cada uno desde su rol en la reconciliación de Colombia. Sabiduría para aprovechar los talentos, los recursos y las ayudas con las que contamos y que las otros nos ofrecen. Somos parte del mundo y hoy los ojos de las naciones y de las instituciones están puestos en nosotros.

– Entendimiento para ponerse en el lugar del otro, para actuar sin la emotividad de la venganza, la ira o la frustración, y para comprender la necesidad de unir esfuerzos y encontrar los medios necesarios en la decisión de buscar caminos que promuevan cambios profundos y significativos en beneficio de toda la población. Entendimiento es de igual manera, dejar las posiciones de terquedad e intransigencia que pueden resultar del orgullo y ponernos al servicio del diálogo y la comprensión.

– Consejo para saber escuchar las recomendaciones, para mirar nuevas ópticas de solución, y para seleccionar a las mujeres y hombres más capaces, más creíbles y más idóneos, que desde sus profesiones y experticias pueden sacar adelante el país en este momento de crisis. El consejo, de igual manera, es escuchar a las y los jóvenes para hacerlos partícipes y protagonistas de las transformaciones.

– Fortaleza para superar los duelos, sanar las heridas, volver a crear la confianza en las instituciones, para perdonarnos sinceramente, para construir juntos y para tener la valentía de denunciar y apartar a quienes intenten aprovecharse de la situación para sus propios intereses mezquinos.

– Y una profunda fe para creer que no estamos solos, y que en coherencia con nuestros principios de fe, debemos ayudar a construir la paz, la fraternidad y el amor en esta tierra que siempre ha sido bendecida por Dios.

Gracias queridos lectores, y les pido encienden la luz de una vela por Colombia. Gracias por sus oraciones y por su buena energía en estos momentos.

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El teólogo Fabián Salazar Guerrero, ha dedicado gran parte de su vida al estudio de diversas denominaciones religiosas, visitando varios países y compartiendo enseñanzas con líderes de diferentes tradiciones espirituales. Su labor como consultor, junto a su reconocida trayectoria como investigador y profesor Universitario de Teología, le ha permitido acompañar procesos de integración interconfesional y reconciliación. Actualmente dirige la fundación para el diálogo y la cooperación Intereligiosa INTERFE y se desempeña profesionalmente como consejero espiritual personal y empresarial.

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