De una o de otra manera, en nuestras vidas hemos sentido el dolor de la desilusión ocasionada por una persona, un proyecto o un ideal que nos falló, nos abandonó o nos traicionó.

Frente a esta situación muchos sufren en silencio, y aunque externamente parecen tranquilos, en el fondo los envuelve una aterradora tristeza que se esconde tras una sonrisa, una expresión de dureza o una actitud de indiferencia para que nadie pueda descubrir el latente dolor.

Se llora en privado la desilusión, y el silencio de la noche es testigo de las almohadas empapadas por lágrimas y los gritos ahogados entre las manos; otros buscan la complicidad de la ducha para dejar que sus ojos desborden en lágrimas, el inconfesable desengaño. Lo que se intenta, a veces sin éxito, es ocultar lo que pasa interiormente; sin embargo, el cambio en el brillo de su mirada delata el agotamiento existencial.

Quienes sufren en desilusión buscan distractores en la vida cotidiana, se sobrecargan de trabajo para no pensar en su situación, se llenan de ruido, se encuentran con superficiales compañías y no falta el que se entregue al burdo analgésico del licor sin darse cuenta que la cura es peor que la enfermedad. Se acumula tanta rabia que al final se refleja por medio de una enfermedad en el cuerpo o la mente.

Por la ilusión perdida se aumenta el temor por el futuro, y se ve proyectado con más intensidad el miedo por el abandono, la vulnerabilidad y el frustrante fracaso. Es entonces cuando comienza un largo y cruel juicio a sí mismo acusándose de ser tan imbécil, tan ingenuo, tan ciego, de haberse engañado, de no haber escuchado y de no haber detectado y parado todo a tiempo. Se desconfía de todos y de todo y en especial de sí mismo.

En medio de esta oscuridad se podría tener en cuenta algunas de las siguientes reflexiones:

Muchas veces la única medicina es el tiempo, y pasamos por un duelo con sentimientos profundos de enojo, de odio, de culpa y de rabia. Reconocer y aceptar estos sentimientos, no es un sendero fácil, pero es la única forma de comenzar un proceso de liberación y de sanación ya que el quedarse atrapado en algunos de ellos volverá gris la existencia. La sanación viene desde adentro.
Identificar a los responsables de esa situación para no castigar a otros. Sería triste que en nuestro enojo nos desquitemos con otras personas que nada tienen que ver con el asunto y que les hagamos un daño inmerecido. No está para nada bien usar nuestra frustración y dolor, para pasar de víctimas a victimarios justificando nuestras acciones contra salud, integridad y tranquilidad de los demás.

Por otra parte, puede ser, que el papel de víctima que asumimos en el proceso, no nos permita reconocer que al otro lado de la historia también existe una verdad. Quien está en la orilla contraria puede estar igualmente sufriendo, se encuentra herido por lo que está pasando, se siente juzgado y sin oportunidad de defenderse; y quiere reparar las cosas sin saber cómo hacerlo. A veces es sólo bajar el orgullo y escuchar para salvar la situación y evitar tanto dolor que produce el presumir y no preguntar.

En ocasiones el propio ego no nos deja asumir que esa persona u oportunidad se perdió poco a poco, que cambió porque no se le puso la atención o el cuidado que se requería, o que se acabó porque cumplió su tiempo en nuestras vidas. Eso no significa que sean malas las otras personas o circunstancias, sino que simplemente ya no son para nosotros. Es reconocer con humildad que el mundo sigue girando y que tenemos la fuerza suficiente para continuar.

Algunas de las ilusiones creadas fueron el fruto de nuestras propias ansiedades, de las desmedidas expectativas que teníamos y, además, de los silenciosos miedos acumulados. Si vemos a las personas o las circunstancias en sus justas dimensiones, les pondremos un peso imposible de soportar. Así se puede ser más compasivo y comprensivo cuando no cumplan aquello que pensábamos tenían que hacer para hacerlos felices. La felicidad es una tarea propia y nadie la puede hacer en nuestro lugar.

Dejar que una ilusión tumbe todo lo que se hemos construido puede ocasionar que perdamos otras cosas de la vida, tan o más valiosas. El dolor puede, no dejarnos ver los seres queridos alrededor, los recursos a disposición, las nuevas ventanas abiertas y los sueños que siempre estuvieron ahí esperando una oportunidad. La vida en ocasiones nos quita algo con el único propósito de permitirnos encontrar otra cosa mejor.

Cuando se está en una profunda desilusión en necesario buscar ayuda, pero se debe escoger a quién abrir el corazón pues algunos darán soluciones superficiales y hasta estúpidas, otros se alegrarán de vernos vencidos y más de uno no nos tomará en serio y dirá cualquier cosa con tal de salir del paso. Por eso debemos buscar bien con quién hablar pues de estas situaciones no se sale solo.

La ayuda espiritual es muy valiosa, ya estas desilusiones afectan también la relación que tenemos con la Divinidad, pues sentimos que Él no nos cuidó, nos engañó, está sordo, es indolente, permitió que nos hicieran daño y hasta premió a quien nos hirió. Se requiere una profunda reconciliación con la vida para no quedar atrapados en la amargura.

Finalmente recordar que cada desilusión es una oportunidad para aprender, madurar y crecer, y aunque son duras, son una valiosa escuela para ganar experiencia.

 

Fabián Salazar Guerrero PhD. Asesor en Belleza Espiritual

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