Las guerras unen a los pueblos y la paz los divide, una paradoja en la historia de la humanidad que se evidencia en Colombia. Y es una paradoja porque un país que ha sufrido por décadas los estragos de un conflicto armado interno, debería buscar la paz a toda costa y proponerse tener un mejor porvenir.
Sin embargo, los Acuerdos de Paz que firmó el Estado de Colombia con la insurgencia y que el pasado 24 de noviembre de 2021 cumplieron cinco años de haber entrado en vigor, han sido objeto de toda clase de ataques que no sólo pretenden volverlos trizas, como lo anunció en su momento un famoso extremista de ultraderecha, sino que buscan que la guerra continúe a cualquier precio sin importar la suerte que pueda tener el país.
Un ejemplo fue el plebiscito por la paz que intentaba refrendar los acuerdos. En el cual, lamentablemente, el ‘No’ se impuso sobre el ‘Sí’, denotando la inconsciencia de la ciudadanía colombiana respecto a su propia historia y su realidad. Se prefirió la guerra en vez de la paz y la muerte por encima de la vida. Se optó porque nos matemos entre hermanos en vez de trabajar juntos por el progreso del país.
No obstante, esta situación fue propiciada por los enemigos del proceso mediante todo tipo de engaños como se ha demostrado a lo largo del tiempo. Muchos realmente se creyeron el cuento de que nos volveríamos como Venezuela, de que se le entregaría el país a la guerrilla, de que habría impunidad, de que se impondría el comunismo y toda clase de mentiras e infamias. Términos absurdos como el “castrochavismo” fueron replicados sin descanso por los medios para manipular a la población ignorante y así favorecer al candidato del régimen uribista.
La guerra es un negocio, un negocio macabro del cual se benefician unos pocos en perjuicio de las mayorías. Quienes por décadas han ostentado el poder, no quieren perderlo. Quienes disfrutan de lujos a costa de la miseria ajena, no quieren dejar sus privilegios. Quienes han violado la ley para ostentar tal poder y disfrutar de tales lujos, no quieren responder por sus actos. Esos son los enemigos de la paz, esos son los verdaderos enemigos de Colombia.
Lo que no habíamos divisado con claridad es que en el exterior también hay oscuros intereses que pretenden que Colombia continúe en guerra. Esto hasta que el diario El Espectador publicó una importante investigación titulada Los audios de la DEA y la Fiscalía que le negaron a la JEP sobre el caso “Santrich”, la cual generó un debate en el Congreso de la República sobre las actuaciones de la fiscalía colombiana y las agencias de seguridad estadounidenses:
(Acta 29) Sesión del 26 de Noviembre de 2020 (parte 1)
(Acta 29) Sesión del 26 de Noviembre de 2020 (parte2)
Allí se puso en evidencia que la agencia antidrogas DEA, en conjunto con la Fiscalía General de la Nación, ejecutó una operación ilegal para realizar una falsa acusación por narcotráfico contra los ex negociadores del proceso de paz. Todo con el fin de extraditarlos a los Estados Unidos y así acabar de manera abrupta con los acuerdos.
Es obvio que la captura por narcotráfico y posterior extradición de los ex negociadores, habría generado el resurgimiento de la guerra. Algo que sería interpretado como una traición del Estado por parte de los miembros de la insurgencia, a la vez que hubiera des-legitimado los acuerdos ante el país y ante la comunidad internacional. Claramente, es un asunto muy grave.
Es indiscutible que se violó la soberanía de Colombia, que se puso en grave riesgo la seguridad nacional y que además, se traicionó a la patria. Y se ha violado la soberanía puesto que la DEA no debe actuar por cuenta propia en territorio colombiano y sin los debidos permisos de las autoridades de este país. Se ha puesto en grave riesgo la seguridad nacional puesto que se pretendió que Colombia entrara de nuevo en guerra y se ha traicionado a la patria por el cuestionable proceder del ex Fiscal General de la Nación.
Estados Unidos pretende posar como un país aliado y amigo de Colombia, pero sus actuaciones son contradictorias. Lo que hizo EE.UU. a través de la DEA, no lo hace un país aliado o amigo. Pretender que Colombia entre de nuevo en guerra, no es algo que haga un país aliado o amigo. Conspirar contra la paz del pueblo colombiano, no es algo que haga un país aliado o amigo. ¿Con esos amigos, para qué enemigos?
Resulta deplorable la exaltación que el entonces gobierno de EE.UU. le hizo al ex Fiscal General de la Nación a través de su embajada en Colombia, justo después de renunciar a su cargo por este asunto:
Sin embargo, Iván Duque también debe dar explicaciones sobre lo sucedido y no sólo al país, sino a toda la comunidad internacional. No es posible que las agencias estadounidenses violen la soberanía colombiana y atenten contra los acuerdos de paz en complicidad con la propia fiscalía, sin que el gobierno nacional se entere y sin que esto tenga consecuencias. Existe una responsabilidad política que se debe asumir y por la cual más de un funcionario debería poner a disposición su cargo.
Es claro que los Estados Unidos deben dar una amplia explicación a Colombia y a la comunidad internacional por este asunto. De hecho, ya se debería haber presentado una nota de protesta por parte de la cancillería colombiana y llamado al embajador estadounidense a rendir cuentas. Ahora bien, ¿quién le garantiza al pueblo colombiano que los Estados Unidos no volverán a atentar contra la paz y la estabilidad de Colombia?
El gobierno del Presidente Gustavo Petro debe estar alerta respecto al riesgo evidente que representa la injerencia de los Estados Unidos para el logro de la Paz Total. Asimismo, el gobierno del Presidente Gustavo Petro debe estar alerta respecto a quienes siendo colombianos, trabajan para los intereses de los Estados Unidos. Es hora de que Colombia tenga dignidad, ejerza soberanía y se haga respetar.
Si Estados Unidos realmente quiere ser considerado como un país amigo y aliado de Colombia, deberá empezar por no conspirar contra los Acuerdos de Paz y por respetar la soberanía y la democracia colombiana.