No más de tres párrafos. Apenas un suspiro. Momentos de iluminación muy cortitos, que mientras escribo ya se me están yendo. Textos que no han sido hechos en quince minutos, ni por cumplir, nacidos de meses de vida y silencio. Cada uno es un grito, o más bien un gritito, porque quizá no llegue a oírse tan lejos. ¿Que si son ficción? Sí. ¿Que si son realidad? También. Son fruto de la observación, trozos de vida cotidiana sin ninguna intención, que tocarán a aquellos que tengan que tocar, y para los demás pasarán desapercibidos, como una cosa insulsa y fuera de lugar: ¿dónde está la polémica, la malicia, la actualidad?… Pero también son valientes: implican una desobediencia, una rebeldía. Juegan con mi nombre y ponen mi nombre en juego –haciéndole un guiño a las Monotonías de Masoliver–. Son una lucha contra el día a día, contra la resignación. Situaciones, escenas, anécdotas que hoy son un lujo. Un lujo que me quiero dar. Sin hipótesis, cátedra ni grandes sentencias. No pretendo discutir, sino resonar, retratar mi visión del mundo, mis dilemas.