Antes de trabajar en esto solo había tenido contacto con piedras. Las piedras son agradecidas y silenciosas. Con ellas pensé que podía conocer el mundo, no solo como es ahora, sino como fue. Imaginar paisajes de la prehistoria, regresar con las muestras al laboratorio, investigar, caminar. Ahora solo tengo contacto con seres humanos; no paro de hablar. Mi trabajo consiste en hacerles creer que son afortunados. ¡Y lo son! ¿Sabe qué es esto? – Un biberón. ¿Y sabe por qué el agua está sucia? –No. En este punto la gente, también alertada por mi chaleco e insignias, ya sabe para dónde voy. Porque muchas madres en el mundo no pueden darle a sus hijos más que esto. ¿Sabía que cada 20 segundos muere un niño por falta de agua potable?, ¿Qué el 80% de las enfermedades del mundo están relacionadas con agua contaminada? No todos tienen la suerte de abrir la llave de su casa y poder limpiarse; el privilegio de calmar la sed. Sé cuando me van a decir que no, porque lo veo en la mirada, pero a veces se abre una grieta; fuerzas tectónicas los torsionan desde dentro. Me filtro por ahí, me convierto en agua. Hay días secos y otros en los que logro arrancarles su número de cuenta bancaria. Un porcentaje para esas madres, otro para mí. Muchas veces no sé si al final estoy pidiendo mi sueldo o una contribución para una causa, aunque supongo que hacer esto es mejor que no hacer nada. Que alguien me diga: cuál es el límite exacto entre pedir ayuda y mentir.