Ahí vamos, de editor a periodista, robándose los sueños eternamente. Si yo trabajé ocho horas, tú trabajarás diez. Si yo trabajé cincuenta fines de semana, tú trabajarás cien. Así forjarás tu resistencia, tu carácter. Debes empezar de a poco, desde abajo, haciendo bien lo que te manden, cargando ladrillos. Hay que trabajar duro, mostrar las ganas: sé diligente, propositivo. Sigue el ejemplo de tus compañeros, pero sin pasarte; no despiertes sus alarmas, su fastidio. ¿Ves cuántas notas escriben al día? ¡Pues tú haz lo mismo! Eso es lo que necesitamos, noticas. Las obras maestras vendrán después. ¡Escríbelas! Eres joven, ¿acaso no tienes suficiente pasión? Búscate un temita, algo humano, con color. Un testimonio con una gráfica, con una buena introducción. ¡Y listo! Algo bien armadito. ¡Escribe! ¡Escribe! Así te empiezas a mover, a recorrer el camino del redactor. Entonces tal vez, algún día, cuando seas editor, serás tú quien tache los textos, quien hable con diminutivos. Podrás corregir, enseñar, transmitir lo que has aprendido, plasmar todas tus ideas, si aún te quedan.