Cada trabajo viene con sus propias dolencias. Zapatero a tus zapatos, así te tallen al caminar, un juego del que nadie se puede salvar. Ni el presidente, que envejece, ni el guardaespaldas, que no duerme. Toma café, nacido de los pulmones del agricultor, transportado por la espalda del conductor y revuelto con el azúcar del cortador, que trabaja todo el día bajo el sol. Y es que hasta los Guardianes de la bahía sufren de insolación. Ni los artistas se salvan: el tropezón en escena del actor, la tendinitis del compositor, el riesgo de quiebra del escritor, que también toma café, y se quema, como puede quemarse el herrero, el bombero o el soldador; o cualquiera de nosotros, cuando ejerce, hasta el agotamiento, una misma función. Somos vulnerables: al frío, a la humedad, al calor, al ruido. Los conductores de ambulancia suelen sufrir de sordera, especialmente por un oído. Los mineros, que olvidan la luz, pueden padecer un movimiento involuntario de los ojos conocido como nistagmo. Miran de un lado para el otro, una y otra vez, como si estuvieran leyendo, escaneando. ¿Qué es el túnel carpiano sino un dolor por repetición? Un daño a la capacidad de creer, al corazón, que al final se termina manifestando: en las caderas o en las cervicales, con entumecimientos nocturnos y molestias lumbares. Dolores articulares, pesadillas, terror. ¿Puede un sueldo acallar un cuerpo?