¿Y qué hay del hambre que se pasa en silencio? No el de las hambrunas, el de los libros, los documentales ni el desierto, sino el del día a día, el de los muertos. ¿Cómo pagaré la próxima pensión del niño? Acaba de llegar la invitación para ir al bazar del colegio. Tengo que ir. Puede ser la última vez que llegue en mi carro. Yo, ella, atravesando la sabana como marido y mujer, como una despedida, como antílopes. Papá y mamá jirafa van en búsqueda de agua y hierba fresca. Todavía le gustan los cuentos. Y los meses, que se suceden uno detrás de otro, antes de que resuelva el misterio. ¿Cuánto más aguantará este matrimonio sin dinero? Si voy, tengo que comprar el talonario esta semana, mandar la plata con el niño. Todos los días es un nuevo invento: que el disfraz, que el proyecto de ciencias, que la camisa de un color para competir por equipos, que la presentación. ¿Por qué no pensé en montar una papelería? ¡El peaje! ¡La gasolina!… Sumando y sumando, le he entregado media vida al seguro, y sigo aquí, intacto con mi cigarrillo, técnicamente muriendo, como la señora de la otra ventana, la de ese apartamento, que debe estar fumando por lo mismo. No lo pienso dejar, a pesar del ahorro que represente. Inhala. Exhala. Ya va a pasar; ya pasará… Duérmete niño chiquito, que la noche viene ya, cierra pronto tus ojitos, que el viento te arrullará…