La última vez que se enamoraron ni siquiera existía WhatsApp. Ahora, apenas si podían soltarlo. El WhatsApp era el soporte técnico indispensable de las relaciones sin amor: saludos cortos, coordenadas, afán de concretar. No sirve nada que se quede en el aire. La valentía de llamar, las largas horas de conversación, antes de dormir, con el teléfono inalámbrico de la casa, habían quedado en el olvido. Ya no volverían esas conversaciones de horas en las que se les escurría la vida. Todos habían crecido, se habían adaptado. ¡Y llegaban tan cansados! Para qué esforzarse en buscar la palabra cuando no es necesaria la respuesta inmediata, ni la despedida. ¿Recuerdas cuando me leías?, ¿cuando jugábamos a las preguntas y te iba revelando un poco de mí? Era como dormir juntos, sin dormir. Quizá enamorarse ahora también sería divertido. ¿Los emoticonos tendrían otro semblante?, ¿se puede distinguir a un emoticono normal de uno distraído?