Todo comenzará con un ‘me gusta’, un ‘me gusta’ que querrá decir que le encantas, que te mira de lejos, que te ha espiado, que se le han ido los ojos cuando pasas y ha fantaseado con los rastros de tu olor. Un ‘me gusta’ de me he refugiado en ti en los días de lluvia y tedio. Un ‘me gusta’ discreto, que lanza un señuelo. Un ‘me gusta’ intelectual y muchas veces traidor. Serán uno, dos, tres, dependiendo de la intención. Y el resultado será incierto: dará inicio a una amistad, a una aventura, a una tragedia o a una simple conversación. ¡El destino al borde de un click! Si todo sale bien, el siguiente paso será un mensaje directo, donde a veces se jugarán la vida y otras retrocederán, sin poner nada en juego. Te harás una idea del otro, a punta de publicaciones, de análisis de amistades, de aficiones, datos biográficos e ideas políticas. Una imagen hecha de admiración y fantasía. Creerás que es valiente, por un tiempo lo creerás, hasta que después de meses de menciones, de espera, de tantos ‘me gusta’ notificados y luego archivados, verás que su vida continúa, al menos en fotos, y la tuya también, y que la cosa nunca pasará de ahí — ¿adónde querías llegar tú, acaso? —. Su cobardía no se notará en las redes, donde seguirá siendo hábil en opinar, señalar, juzgar, fascinar, pero allí no encontrarás nada para ti; el estanque estará vacío. Tu arrebato, decepción, impotencia ante el tiempo perdido, te empujarán a gritar tu traición, a querer desahogarte — ¿acaso, te debe algo?—. Entonces vacilarás sobre si debes o no publicar —a modo de indirecta— esta pequeña reflexión.