Chachinito,

Tengo miedo porque pronto, según nos lo han advertido, van a hablar de ti en clase, y a veces temo que no sé nada, que no tengo ningún argumento lógico que respalde mi fascinación. Cuando me pregunten, ¿qué diré? Tendré que responder algo; ya sabes cómo son, que siempre tienen alguna frase, un comentario, una hipótesis. Y yo, que te tengo tan cerquita, no seré capaz de hablar. ¡Cómo voy a enredarme con palabras raras si tú enseñas todo lo contrario!

Por si no los puedo evitar, iré preparando algo. Diré que tu prosa es tan medida que es, en todo momento, poética. No quiero ser aduladora, pero tendría que hablar de esa capacidad tuya de no tener afán, de ir con el ritmo de las cosas (por algo me has esperado tanto). Diría que esa es tu gracia: no hablar mucho, no contar de más.

Hay algo dulce en tu escritura. Sé, por tus cartas, que en ella no finges. Claro que sabes lo que haces; no eres un poseído que solo se deja arrastrar, pero se nota que las palabras se te escurren de las manos. ¡Es que no se te escapó nada! Resumiste un pueblo en muy pocas páginas: su olvido, su pobreza, su religiosidad de doble filo, la ley que se toma por las propias manos, la tierra que se arrebata con violencia, las supersticiones, la culpa…

Dices que no sabes por qué te salen las cosas tan “crudas y descarnadas”. Y fíjate que a mí no me lo parece. Lo crudo y lo descarnado es esta tierra que nos han dado.

Con todo mi aborrecimiento,

Emma