Nueve meses viajando, moviéndonos siempre hacia el este, de un lugar a otro, cruzando mares y fronteras, persiguiendo el sol y el buen clima en cada región. Mi mente y mi paladar se expandieron, tantas cosas nuevas, tantos sabores y experiencias que entraban por nuestros sentidos y se sentían en la piel y en el alma. Mi esposo y yo le dimos la vuelta al mundo y terminamos nuestro periplo donde empezó, dimos un giro de 360 grados al globo y ahora estamos en Colombia de nuevo, en Santa Marta para ser más precisos.
Fuimos voluntarios en granjas, trabajando unas horas diarias a cambio de techo y comida. Así viajamos, de una manera austera pero enriquecedora en cada intercambio humano que se nos iba presentado. En estas granjas trabajamos la tierra, sembramos, cosechamos, desyerbamos, fuimos apicultores y cuidadores de cabras, dormimos en remolques, casas de familia y contenedores reciclados. Conocimos granjeros felices y otros estresados, nos cruzamos con viajeros valientes, con familias nómadas y seres ermitaños, con personas que se mueven con el viento y con otras que prefieren las raíces. Todos ellos, una gama diversa y multicolor de seres humanos valiosos, ocupan sus días como mejor pueden y me mostraron que todos estamos en esto de la vida juntos.
Yo soy bogotana pero estoy dándole una oportunidad a la costa atlántica colombiana, así que tal vez dejemos de lado por un tiempo el aplastante caos capitalino. En este momento de mi vida, acá en Santa Marta, es claro para mí que la vida es infinita en posibilidades. Nuestras elecciones van moldeando nuestro destino, pero en cada instante hay un campo fértil de elección. Me pregunto, ¿en qué momento perdemos la capacidad de ver que existen muchas maneras de transitar esta vida? Los seres humanos tenemos necesidades básicas, profundamente enraizadas en los sistemas de supervivencia que evolucionaron para facilitar la continuación de la vida. Una de ellas es la necesidad insondable de pisar tierra firme, de conocer cuál será el terreno seguro para nuestro próximo paso. Nos aterra nuestra naturaleza vulnerable, no aceptamos no estar en control. Sospecho que es esta necesidad humana la que mina nuestra capacidad de ser exploradores, de vivir con una actitud más tranquila y alegre, casi como un experimento vivo que se nos revela a cada instante. Es mi sospecha porque eso es lo que yo he vivido en mi experiencia conmigo misma. Me ha costado lagrimas poder sentarme con la incertidumbre y aceptar su naturaleza demoledora y al mismo tiempo vulnerable y fecunda.
Durante nuestro periplo vivimos de cerca la incertidumbre pero hoy hay aún más interrogantes. De vuelta en nuestra tierra, tenemos la intención de volver a empezar, de re inventarnos y tenernos fe. Y no es fácil. Me debato entre volver a lo conocido y aparentemente seguro o darle rienda suelta a nuestras exploraciones e instintos. Tal vez lo valioso de este momento es estar abiertos a las posibilidades de la vida, que no son pocas, y de corazón entregarnos al flujo de energía que estas búsquedas generan. La vida, infinita y profunda, nos guía y nos da todo el piso que necesitamos a cada paso. Sin duda, si hubo en mi historia un buen momento para vivir algo así, es ahora, que gracias a todo lo ganado y lo perdido durante el viaje, oigo un suave susurro que dice, eres capaz.
La crónica fue publicada en la revista Semana, bajo el titulo “El viaje de los sueños, Colombianos que le dan la vuelta al Mundo.»
Vínculo: HTTP://WWW.SEMANA.COM//GENTE/ARTICULO/COLOMBIANOS-QUE-LE-DAN-LA-VUELTAAL-MUNDO/382076-3