Nuestros cuerpos están en paz con nosotros, nuestros sofisticados vehículos exceden cualquier tecnología creada por el hombre y además están de nuestro lado. Es una lástima que nosotros estemos en guerra con ellos, que creamos que debemos ganarles la pelea y si algo falla, que sintamos que ha sido culpa del aparato, que es simplemente deficiente. No les devolvemos ni el respeto, la dignidad o la justicia con la que ellos nos tratan diariamente. Quiero dedicar esta entrada a otro proceso de paz, uno de naturaleza intima; el que tenemos con nuestros cuerpos. Quisiera que cuando sentamos que debemos batallar en contra de él, seamos conscientes del inmenso amor que nuestros cuerpos sienten por nosotros.
Los organismos vivos contamos con un mecanismo que la ciencia ha llamado homeostasis, es decir, la capacidad de encontrar el balance, la tendencia a retomar el equilibrio cuando una situación se ha salido de orden. Para mí, esto es un ejemplo perfecto de este amor infinito que nos permite llevar nuestras ocupadas vidas mientras en nuestro interior, la naturaleza hace lo suyo. Nuestros cuerpos se encargan magistralmente de mantenernos vivos y restablecer las condiciones que permiten la vida.
No somos conscientes de la capacidad de nuestro cuerpo de mantener una temperatura constante o de regular su PH, es decir la relación entre acidez y alcalinidad. Nuestro cuerpo regula la cantidad de glucosa al liberar insulina y los componentes en nuestra sangre, como los glóbulos rojos, blancos o el plasma, mantienen sus funciones en balance perfecto. Es una coreografía con un propósito común, mantener el balance, promover la vida. Nuestro cuerpo lo hace sin condiciones, simplemente está programado para protegernos y personalmente, mas allá de la ciencia, creo que es un gesto de amor.
Queremos cuerpos sanos y vitales, y vivir nuestras vidas sin pagar las consecuencias de nuestras infracciones en contra de nuestro cuerpo. La cantidad innombrable de dietas con sus teorías y métodos drásticos o los miles de productos de dudosa calidad que venden salud, muestran como estamos de batalla con nosotros mismos. Queremos aplastar esos kilos de más, queremos ganarles la pelea y mostrarle a nuestros cuerpos quien manda. El problema es que afrontar el problema de la obesidad y de las enfermedades crónicas asociadas al sobrepeso como si estuviéramos en guerra con nuestro cuerpo no ha tenido resultado. La verdad es que las tasas de obesidad siguen en aumento y las dietas no funcionan cuando se conciben como una herramienta de batalla. No podremos ganarle a la inteligencia de nuestro cuerpo, que ha evolucionado muy exitosamente mecanismos para mantenernos vivos, a pesar de nosotros mismos.
Debemos recordar que el propósito de nuestro cuerpo es mantenernos con vida. Pero nada de lo que hacemos pasara desapercibido en nuestros templos físicos, nuestro cuerpo registra y reacciona lo mejor que puede, pero la ley de la causa y efecto nos rige en su total esplendor. Si una persona, en un intento desesperado por perder peso, tiene la costumbre de pasar mucho tiempo sin comer, nuestro cuerpo va a interpretar esto como una señal de alerta, tal vez se acerca una hambruna. Su reacción será aletargar el metabolismo y almacenar grasa. En esta modalidad es imposible perder peso. Si consumimos una dieta demasiado ácida, nuestro organismo, con tal de mantener los niveles de PH en balance, tendrá que tomar minerales como el calcio de los huesos para alcalinizar la sangre, lo cual debilita nuestra estructura ósea y nos expone a condiciones como la osteoporosis.
Pocos de nosotros entendemos realmente el inmenso amor que nuestros cuerpos sienten por nosotros. Podemos cometer toda suerte de infracciones, pero nuestro cuerpo solo nos devuelve amor y su mejor esfuerzo para mantener su balance y armonía. Ningún cuerpo quiere estar gordo, triste o enfermo. Si escuchamos su suave susurro, comprenderemos que el compás que nos muestra el norte está en nuestro interior. Son los mensajes de la naturaleza, que nos invita a fluir con ella y no en su contra.
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@camilasernah