No me sorprende la estrecha relación que existe entre nuestro sistema inmune y nuestro aparato digestivo. El 80% de nuestras defensas se encuentran en las paredes de nuestro tracto digestivo e inclusive el 95% del neurotransmisor serotonina, un vital regulador del cuerpo, se produce también en los intestinos. No olvidemos la maestría de nuestro cuerpo para auto regularse, pero sin duda, nuestro rol en la salud intestinal es primordial. Quisiera hacer hoy un recorrido por nuestro sistema digestivo, una mirada al viaje que recorre nuestra comida desde que la ingerimos hasta que sale triunfante del otro lado. En nuestro interior, sin percatarnos, vive un laboratorio de alquimia que transforma y regenera, todo por amor a la vida.
El viaje de nuestro apreciado alimento se considera un proceso mecánico y químico que hace su mejor esfuerzo por descomponer y absorber nutrientes. El alimento tiene un primer encuentro con los dientes, que rompen los alimentos en partículas más pequeñas y manejables. Podemos ayudar a nuestro agradecido y diligente cuerpo si tenemos conciencia de la importancia de masticar lenta y conscientemente. Le ahorramos energía y trabajo exhaustivo. En la boca tenemos las enzimas digestivas que se encuentran en la saliva, estas descomponen los carbohidratos en glucosa.
Los alimentos viajan por el esófago hacia el estómago y allí se descomponen las proteínas en aminoácidos gracias a los jugos gástricos. No masticar lo suficiente o comer excesivas proteínas o grasas hace que los alimentos deban permanecer demasiado tiempo en el estómago y otros alimentos como almidones o carbohidratos se fermenten y produzcan gases y problemas digestivos.
Las grasas no se digieren en el estómago, pero si se consumen en exceso interrumpen el proceso de digestión de otros alimentos en el estómago al recubrirlos con un manto graso. Los alimentos digeridos en el estómago y mezclados con los jugos gástricos forman el bolo y continúan su trayecto hacia el intestino delgado. En la primera fase del intestino delgado, el duodeno, el alimento se mezcla con las secreciones digestivas generadas en el páncreas y el hígado. La bilis, que se forma en el hígado a partir de las grasas y el colesterol del cuerpo, digiere las grasas y regula la consistencia de nuestras deposiciones.
La fibra, un nutriente que el cuerpo no puede descomponer, tiene como función limpiar el intestino y fortalecer la flora intestinal saludable. Una ingesta saludable de fibra permite que las grasas que no necesitamos sean expulsadas por las heces y reducir el colesterol no beneficioso. Durante este trayecto, nutrientes, vitaminas y minerales son absorbidas por las paredes intestinales hacia el hígado que purifica la sangre que ha recogido los preciosos nutrientes. El intestino grueso, el producto restante es básicamente fibra y agua. El colon recupera el agua y forma el bolo fecal. Si tenemos un buen balance de flora intestinal, evitamos el estreñimiento y la putrefacción de alimentos en el intestino.
Escribo esta crónica de viaje de la comida con el fin de que apreciemos el recorrido perfecto que experimentan nuestros alimentos y la manera majestuosa como órganos funcionan en total sincronía para apoyar la vida. Podemos ayudar este proceso optimizando nuestras elecciones, alimentando nuestros cuerpos y mentes con conciencia.
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@camilasernah