Las mujeres andamos por ahí, viviendo nuestras ocupadas vidas, criando y amando, trabajando; con nuestras manos y cuerpos, lo entregamos todo. Sí, estamos ocupadas, principalmente porque fuimos diseñadas para mucho, somos tremendamente capaces; creamos y sostenemos hogares, somos consejeras, sanadoras, madres y esposas, sabemos sobre el trabajo duro, de todos los días. Las cuidadoras por excelencia, cargamos las necesidades de todos como propias. Por los demás hacemos lo que no hacemos por nosotras mismas, esta es nuestra gloria y también nuestra caída.

Los hombres son mejores haciéndole un espacio a sus propias necesidades. Son mejores yéndose cuando se tienen que ir. Podemos resentirlos por eso. En la crianza estas diferencias son abismales. Después de la llegada de un bebé, la vida una mujer es otra, ella es otra. Y lo sabe. Su vieja vida quedó atrás. La vida del padre, a nuestros ojos, no cambia tanto. Ambas actitudes llevadas al extremo son peligrosas, y sin duda, los innumerables hombres que han abandonando a sus familias no merecen un reconocimiento por ser individuos que defienden su espacio. Ahí juega mas la cobardía y la inmadurez. Pero las mujeres que llevan el servicio y la entrega al extremo también caen en patrones peligrosos. Principalmente porque se olvidan de su alegría y de su placer. Se desconectan de ellas mismas, y en esto, tampoco hay glorias ni medallas. Es una entrega poco gratificante porque una mujer que ya no brilla, es amarga y tiene la capacidad de amargar su entorno.

La mujer asume tantos roles que a veces queda aplastada dentro de las capas. Pero en su centro, es un ser que conoce del placer. Sabrá conectarse con todo aquello que la hace vibrar si así lo quiere. Su cuerpo recuerda. Uno de los principios para comer intuitivamente es que la experiencia de comer sea placentera, satisfactoria. Comer los sobrados de la comida de tu bebé no clasifica como una experiencia gratificante. Tampoco lo es sacar de la nevera cualquier cosa y comerla fría parada frente al lavaplatos. Esta demostrado que si la experiencia no la percibes como gratificante, tendrás mas posibilidad de comer de más en una sentada posterior. Nuestro cuerpo no queda saciado, y nuestra alma tampoco.

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