Es un mito que anda rampante por todos lados. Sobretodo en este tema de las dietas y la alimentación. Creemos que es la fuerza de voluntad la que nos sacará de apuros. Estamos convencidas de que será esa fuerza interna la que nos movilizará hacia el deseado cambio. Tendremos el cuerpo que anhelamos y actuaremos exactamente como queremos. El problema: no funciona. Entendamos por qué, antes de seguir culpándonos por nuestra deficiente fuerza de voluntad.

Primero que todo, no somos deficientes, simplemente no estamos entendiendo bien el mecanismo. La verdad es que la fuerza de voluntad tiene sus limitaciones. Es cierto, tenemos una capacidad innata para ejercer control sobre nuestros impulsos. Pero no dura mucho. Así somos. A veces la llaman unidades de atención, y estas unidades se gastan en todo tipo de actividades que necesitan esfuerzo consciente, como tomar decisiones de trabajo, atender llamadas, escribir correos. Al comenzar el día tenemos más unidades de atención, por eso dicen que las horas más productivas son las horas de la mañana. Al final del día, prácticamente estamos in unidades de atención disponibles, somos más propensas a caer rendidas ante antojos de todos los estilos.

El cambio que tanto anhelamos no lo podemos dejar en las manos de la fuerza de voluntad. Cuando lo hacemos, el resultado es siempre el mismo. Culpa, porque no logramos controlarnos. Tenemos que entender la anatomía del cambio, según la especie animal que somos. Tenemos que enfrentar la resistencia al cambio con cambios pequeños que no nos abrumen. Pequeños cambios quiere decir elegir cambios sencillos, concretos y medibles, que garanticen el éxito. Estos cambios serán suficientes para interrumpir un viejo patrón de comportamiento firmemente arraigado en nuestro cerebro. En la medida en que más hagamos estos cambios, más se afianzaran como nuevos comportamientos y más motivación tendremos para dejar viejas actitudes. Ahí radica la verdadera motivación: sentir que avanzamos en la dirección deseada con éxito. Por el contrario, si sentimos que el cambio deseado es demasiado distante de la realidad presente, nos abrumamos y caeremos en patrones como la parálisis, la procrastinación o la rebeldía en contra de nuestras propias iniciativas. Cambiar es para valientes, debemos ser conscientes de eso. No llegará el momento perfecto para cambiar, nunca estaremos previamente motivadas de manera real antes de asegurarnos de que sí somos capaces. Eso quiere decir que tenemos que saltar en las caóticas aguas del cambio y desde ahí motivarnos con el progreso.

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