La proliferación de coaches es innegable. Hay coaches de todos los estilos y para todos los gustos. Yo pertenezco a los coaches de la salud. He tenido el privilegio de conocer muchas coaches de la salud, la nutrición y el bienestar. Es un área liderada por mujeres. No me extraña. Estas coaches llegan a su actividad por una de las razones más genuinas y confiables que existen; han padecido en carne propia el dolor de la perdida de salud. Enseñamos lo que tuvimos que aprender, y por eso compartimos conocimiento de manera amplia y generosa. Mis colegas y yo nos hemos preparado academicamente, pero también sabemos lo que se siente cuando una mujer se enfrenta a un reto que paraliza su vida. Muchas coaches son coaches porque enfrentaron y vencieron un cáncer o alguna condición autoinmune debilitante; ellas aprendieron sobre la importancia de los hábitos que generan salud y prevención. Ellas empoderaron su vida de adentro hacia fuera, y quieren que otras personas hagan lo mismo. En todo caso, el camino que recorrimos nos hace valientes y también nos concede un regalo enorme: somos capaces de empatizar a niveles profundos con las necesidades de otras personas que enfrentan retos similares. Sí, una coach de la salud debe estudiar. Debe continuar su formación de manera constante. Pero lo único cierto es que respondemos a las necesidades de una sociedad que busca nuevas soluciones y no las encuentra en medios tradicionales. Somos una alternativa legítima; el coaching democratiza la capacidad para ayudar a otras personas. Rápidamente la gente se da cuenta si un coach es bueno o no, es muy probable que haya muchos que ofrecen más de lo que pueden dar. Eso hace parte del rechazo que a veces recibimos, pero al final del día, esto es cierto: una buena coach puede hacer la diferencia en la vida de alguien. Y eso es lo más importante.

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