A veces, ponerse brava es exactamente lo que necesitamos. Las mujeres no somos las más hábiles usando nuestra ira. Así como los hombres no son especialistas exponiendo su tristeza, nosotras, creemos que la ira es una emoción que no se debe sentir ni mostrar. Es una pena, la ira es relevante. Y aunque nos dicen histéricas, eso es distinto y no tiene mucho que ver con la realidad de una ira bien utilizada. La ira es una emoción primaria, eso quiere decir que hace parte de las emociones que todos tenemos y son parte de nuestro legado evolutivo. Igual que el miedo, la alegría, el desagrado y la tristeza. Son las emociones que nos hacen tan animales como cualquier otra especie que vive su vida y sobrevive.

La ira es interesante porque, como todas las emociones, tiene un mensaje encriptado. Nos avisa que los límites han sido transgredidos. Es la ira la que aflora cuando nuestros espacios han sido violados. Veo mucha dignidad en una ira bien sentida. No en rabietas sin fundamento, claro. Hablo de la ira que llega como una ola y limpia y depura. Una que moviliza la energía interna para elevar y encontrar fortaleza.

A veces, veo cómo la ira se gesta despacio para mis clientas. Es una ira que les dice que ya ha sido suficiente. Ha sido suficiente de creer que pueden complacer a todos. Ha sido suficiente de creer que pueden tener otro cuerpo y que deberían ser más como otra persona. Es suficiente. Se gesta una especie de actitud rebelde y activista que les dice que ya es hora de poner fin a todo tipo de transgresiones. De parte de la sociedad, de la familia, inclusive, de las creencias que aprendieron de niñas pero que ya no sirven. La ira es útil porque es poderosa y sabe de alquimia. Después de la tormenta, llega la calma y los límites que fueron violados, se vuelven inquebrantables.  

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