Este fin de año, mi tío Andrés, ingeniero retirado de la Nasa, me dijo: vamos mal.

Me preocupa su diagnóstico. Se refiere a la humanidad. A eso que hemos construido y llamamos sociedad. Me dice que hay excesivo caos y el planeta no da abasto. Es cierto, como dice Jane Goodall, el planeta cubre nuestras necesidades, pero no nuestra codicia.

Este fin de año, entre niños, tíos y charlas familiares, reflexioné sobre lo que hemos construido, sobre nuestras vidas y anhelos. Sobre nuestras “certezas”, lo que consideramos cierto y no pensamos nada más.

Si queremos desenredar la pita, debemos retar todo lo que asumimos verdadero. Debemos atravesar la ilusión y empezar a ver correctamente. Indaguemos sobre nuestras necesidades y anhelos y quedémonos con lo real. No necesitamos tantas cosas. Ni la casa más grande o el carro más veloz. Ni mil selfies o el mejor cuerpo. Dejemos de distraernos buscando la dieta mágica, el producto milagroso. Simplifiquemos la vida. Vamos más despacio. Las pequeñas decisiones, cuentan.

Sé que es posible abrir los ojos a nuevas realidades. Le ocurre a la gente que se estrella con la vida y repente no tiene de otra sino cambiar. Esa gente que se recupera de accidentes o enfermedades y ya ven claramente. Como humanidad, no esperemos el golpe para cambiar el rumbo.

Comienza un buen año, uno que nos enseñará mucho sobre la capacidad humana para crear cosas nuevas. Stephen Hawking dice: si hay vida, hay esperanza. Adoro esa frase porque en su sencillez radica una esperanza que nos excede. Se apoya en algo que siempre ha estado y siempre estará. Es la vida. Y nosotros somos, apenas, una pequeñita y hermosa parte de este vasto misterio.

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