Las mujeres fluctuamos y es normal. Es hormonal. Es legado evolutivo.
Ya me ha pasado. Miran con cara de vieja histérica. Lo hacen, y yo pienso, ¿será que estoy exagerando?
Pero, no.
Muchas veces, las mujeres no exageramos, simplemente nos frustramos.
Lo hacemos porque no comprender nuestros cuerpos es como vivir sin ancla. Los ciclos son importantes. Como dice Alexandra Pope, nos enseñan sobre las tonalidades y sutilezas de la vida, sobre cómo no ser una máquina que hace incesantemente, y no más.
El viaje que hacen nuestros cuerpos mensualmente es sorprendente. No hay escape, así no lo quieras ver; si eres mujer, eres cíclica y tu cuerpo fluctúa como la luna. Sube y baja como la marea. Te ata a la naturaleza y a sus ritmos.
Repasemos.
Durante la menstruación, la testosterona y el estrógeno están bajos, lo cual nos hace sentir cómo piedras, pesadas, letárgicas, irritables.
Sube el estrógeno; estamos dispuestas a habitar el mundo, valientes, capaces. Sube más. La testosterona llega a un pico; somos positivas y asertivas.
Baja de nuevo el estrógeno, y sentimos de nuevo el deseo por descansar, aislarnos. Son días inestables, esos. Y también sabios.
Es útil saberlo. Si lo ignoramos, corremos el riesgo de quedar rendidas ante la loca que vive adentro. Y es que una mujer si tiene una loca. Una para temer. La que destruye y quema y arrasa con todo. Es la mujer cíclica que quiere un trato digno y desesperadamente busca un espacio para descansar y crear.
Fluctuar puede considerarse un inconveniente en esta sociedad. Hemos creado un sistema que promueve la productividad. El recogimiento, la reflexión, la introspección; pueden verse como pereza e inestabilidad. Pero es todo lo contrario. La evolución nos hizo así porque fue una ventaja competitiva: nos ayuda a leer mejor el entorno.
El mundo sería otro si nos fluctuáramos como lo hacemos.
Exploro estos temas. Reflexiono y veo mi propia desconexión. Y también mi deseo por habitar mi luna, sin vergüenza. Finalmente, es mía y solo me tiene a mí para protegerla.