Eso de trascender el ego no me convence. Lo he oído muchas veces. Lo dicen en el contexto de muchas prácticas espirituales.

En mi vida, lo que más funciona es darle un lugar legítimo a cada parte que ya existe. Mi ego me habla de separación y de identidad. No es un inconveniente porque, la realidad de este plano físico, es que se caracteriza por la dualidad. Que yo sea capaz de reconocer realidades que se oponen entre sí, es una ventaja: me permite navegar el mundo como yo, y me permite poner limites cuando es necesario.

Cuando intentamos vivir desde un lugar de consciencia plena, sin ego, lo que ocurre es que peleamos en contra de una parte nuestra, que tiene su lugar. Odiar nuestros pensamientos negativos, violentos, inseguros porque creemos que no deben estar ahí, es un camino tortuoso que no conduce a una paz interior que dure.

Anita Moorjani lo explica claramente: nacemos con dos diales a todo volumen, los únicos dos diales necesarios para entregarnos a la vida plenamente. Uno es el dial es la conciencia, y el otro es el del ego. La conciencia nos permite acceder a nuestra identidad divina, al hecho de que somos uno. El ego nos ayuda a conocernos como individuos, a navegar las realidades opuestas del plano físico. Si se nos baja alguno, ya sea, el ego o la consciencia, empiezan los problemas.

Nada funciona más que aprender a tratar con cariño todas nuestras partes.

De esto vamos a hablar con Alejandra Vélez. Ella es ecuatoriana, periodista, y una mujer maravillosa que nos va a contar sobre lo que significó para ella el quererse tal cual es.

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