Pasé esta última semana en Río Claro, Antioquia. Como nos gusta, nos fuimos los tres de paseo, mi esposo, mi hijo Cristóbal y yo. Durante nuestras vacaciones, me di cuenta de varias cosas:
Primero. Nada como estar en compañía constante de un niño de 4 años, para darle la razón al Buda cuando hablaba sobre las 10.000 alegrías y las 10.000 penas. Con un niño, pasas de juegos a llantos en un instante y nada está fuera de lo esperado. Si te resistes a los llantos, sufres.
Segundo. Nada como el permiso incondicional para comer lo que quiero comer, para saber como manejarme en un lugar que tiene todas las comidas incluidas. No me pasaba antes; un buffet me dejaba ansiosa y queriendo siempre más, pensando en comidas futuras y pasadas, sin poder entregarme a mis vacaciones. Ahora, manda el cuerpo y mi mente se relaja.
Tercero. La naturaleza despierta al cuerpo. Volver al río es parte de la salud mental. Es preciso volver y quedarse un rato para acordarse del animal que somos.
– Camila.