Vengo de un fin de semana de acampar en Villa de Leyva con la comunidad del colegio de mi hijo. Acampar me cuesta un poco, me saca de lo que hago mejor: vivir cómodamente en la ciudad.
Sin embargo, resalto dos cosas:
- Vinimos al planeta a conectar. Nos gustan nuestros teléfonos y mirar fotos en redes, pero nada se compara con sentarse a conocer al otro. Inicialmente, puede sentirse como un esfuerzo, pero algo se prende al interior con estas charlas. Un cablecito adentro del animal social que somos pulsa más rápido, se anima cuando oye historias y se ríe con otros.
- Para la salud del cuerpo es necesario volver al verde. Meterse en el agua fría, sentir el viento, andar descalzo. No sabía qué tanto necesitaba desconectarme de mis redes, de mi mundo. En medio de los arboles, de la montaña, la cotidianidad es lejana; de hecho, me sentí en una especie de trance atemporal.
No soy la más guerrera, tampoco soy un bicho de ciudad. Sin embargo, a lo que más importa no se llega con habilidades sofisticadas, simplemente, con la voluntad de participar, de ir a donde nos invitan porque ser parte de algo es más salud que mil ensaladas y batidos.
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