Así se siente la incertidumbre. No sabemos qué va a pasar o cuánto va a durar. Odiamos no saber. Si nos ponemos a imaginar, nos va peor porque la imaginación por estos días se llena de imágenes de viejas películas sobre ciudades desiertas.
Esto pasará, dice el experto Michael Osterholm, que predijo que un virus tipo gripa se originaría en China y se regaría por el mundo. También creo que pasará, pero no sé cuando. No sé cuál será la estela de daños al final. No sé cuando llegará la normalidad, esa ignorancia bendita de poder entrar y salir sin pensarlo dos veces.
Sin embargo, no quiero olvidar lo que siento.
Siento el cansancio infinito de un sistema global que intenta ser fuerte, pero que es frágil sin medida. Siento añoranza por una red comunitaria que sea un lazo entre personas cuando más se necesitan. Siento que ya no quiero más de lo mismo.
Cuando llegue la normalidad, quiero preguntarme qué es real y qué importa. Porque es cierto: somos vulnerables, después de todo.
Me dicen que aproveche el aislamiento para descansar, pero ya me desborda el privilegio. Puedo comprar comida, puedo estar con mi hijo, puedo sentirme a salvo en estas paredes. Pero un virus me muestra que el privilegio es más humo que se va en un instante; es frágil porque no existe verdaderamente.
Para mí, lo real en este momento es mi voluntad por no olvidar lo que siento y mirar qué hago con eso cuando la tormenta pase.
Camila Serna – www.francamaravilla.com
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