El otro día, en plena pandemia, mi esposo Camilo recibió una clase especial.

El instructor fue nuestro hijo y le enseñó a demorarse lo más posible comiéndose un postre. Gracias a la coyuntura pandémica, vamos casi 80 almuerzos preparados en casa. Ha sido imposible no notar que nuestro hijo es un maestro del tema de comer postre: se los come demorándose, mirando bien, encontrando la manera de sustraer todo el placer posible. Al bocadillo, le quita el relleno y después se come las paredes, a los malvaviscos los quema y después se los chupa como si fueran paletas.

Mi esposo se devora los postres en nanosegundos. Su primera clase fue un arequipito que se comieron al tiempo. Si nuestro hijo paraba, Camilo paraba. Mi esposo copiaba lo que él hiciera, lamía igual la cucharita, le daba las mismas vueltas, seguía las instrucciones al pie de la letra.

Cuando me preguntan sobre comer intuitivamente, hablo sobre el componente del placer como una pieza clave que se nos va olvidando. El placer requiere de nuestra presencia y disposición. Requiere que miremos y olamos la comida.

Al final, el placer no solo genera inmenso bienestar, también reafirma la vida. Y nos ayuda a auto regularnos con comida como bien lo demuestra nuestro hijo, quien es capaz de parar a la mitad de cualquier delicia porque ha sido suficiente.

Camila Serna

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