Hace un tiempo, me enteré que tenemos un gen supersticioso. Se despierta cuando queremos encontrar causalidades entre dos elementos, sin mayor evidencia. Ante el aparente caos de la vida, nuestro cerebro se inclina por entender. Nos gusta sentir que comprendemos algo más allá de la incertidumbre, del cambio, de las continuas transformaciones que pendulan entre el morir y el resurgir de múltiples facetas de la vida.

Pensé en las mujeres que hacen dieta. Pensé en mi cuando quería encontrar la solución absoluta a mis problemas en una forma de comer, en un suplemento, en lo que fuera. Pensé en mi urgencia por saltar del punto A al punto B y saber qué pasaría con mi vida si tan solo pudiera tener control de mi alimentación.

Tantos años sin pelear con la comida y todavía me asalta mi superstición. No busco una dieta porque ese puente lo quemé al piso, pero aun persigo la causalidad y la promesa en otras áreas de mi vida.

Un avance que si ha ocurrido es que, paradójicamente, no comprender la vida me relaja cuando lo permito. Ante la incomprensión de por qué las cosas son como son, a veces, me doy el permiso para soltar mi superstición y acercarme al fenómeno de la vida sin la pretensión de entender.

Camila Serna, coach y escritora

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