Es duro para el citadino, y para muchos, entender la muerte. Mucho más aceptarla. Sin embargo, llega sin más, como la lluvia o la cosecha.
Luego de la frustración que tuve por no poder adquirir un lote para empezar mi proyecto de vida en el campo, tuve la fortuna de conocer a un personaje que, en poco tiempo, me hizo pensar que sí es posible soñar con este tipo de cosas.
Don Hernando, quien no solo me ayudó a ver nuevas opciones para adquirir un terreno y me guió hasta el último trámite necesario, también compartía un sueño similar al mío. Ese hombre, de unos 60 años, cara amable y sonriente, y con voz de locutor, de esas que pueden cambiar la intensidad sin esfuerzo, pero que son claras incluso la bajar el volumen, tardó cerca de cuatro años en construir una casa fuera de la ciudad a su gusto y ritmo. Lo hizo no solo para descansar los fines de semana sino para proyectar una vida tranquila, rodeado de naturaleza y contribuyendo a la comunidad con su conocimiento como abogado, para solucionar varios de esos problemas que ya mencioné en la entrada anterior.
Con su apoyo, finalmente pude adquirir no solo un lugar como lo había imaginado alguna vez, sino que pude empezar a entender varias necesidades que no había contemplado: documentación, buenas relaciones, tranquilidad, paciencia. Su carisma así lo demostraba, como si este ya se hubiera preguntado y resuelto lo que para mi hasta ahora tiene asomos de inquietud.
De hecho, esta experiencia, hasta ahora, me ha enseñado mucho más allá de aprender que cercar un lote requiere mucha madera, alambre, tiempo y dinero, y que surge la necesidad de adoptar medidas como tener animales para mantener el terreno en condiciones ‘humanas’, o de aprender de trámites notariales, traspasos, firmas y acuerdos. Lo que más me ha enseñado es que hay un valor inimaginable en las personas del campo, o que tienen contacto con él. Una especie de experiencia y sensibilidad que dudo poder describir, pero que entusiasma y devuelve la esperanza.
Sin embargo, el domingo pasado recibí un mensaje de la antigua propietaria del lote donde iniciaré mi proyecto. Con su mensaje, que expresaba una sorpresa tan o mayor que la mía al leerlo, me enseñaba que la vida puede ser egoísta, o más sabia. No lo sé aún.
Según el mensaje, una voz al otro lado del teléfono de don Hernando fue testigo de su silencio. Un silencio que se prolongó hasta entender que algo no estaba bien tras una conversación convencional. La voz amable y potente de don Hernando se había callado en su casa en el campo. En su sueño construido por años, ante la grandeza de su ilusión hecha realidad y a la que solo le faltaban pocos detalles finales, según me había contado.
Aún no salgo del asombro y sigo pensando en ese momento. Porque si bien nunca conocí su casa (aunque tenía su invitación para los próximos días), puedo imaginármela a partir de sus descripciones. Puede ser ridículo, pero en mi cabeza ronda la imagen del hilo de sangre de José Arcadio Buendía tras su muerte. Claro, no de sangre, pero sí de muerte, de silencio, de soledad.
Tan pronto como dijo su última palabra en el teléfono… “Un hilo de sangre (vacío) salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en un curso directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió pretiles, pasó de largo por la calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Amaranta que daba una lección de aritmética a Aureliano José, y se metió por el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan”.
Prefiero pensar en su enseñanza que en la imagen posiblemente tergiversada que tengo de la historia, pero a veces vivimos tanto en los sueños que nos cuesta despertar para disfrutar el hoy. Quizás nos envolvemos tanto en los sueños, los ideales de éxito, el desarrollo, el afán, que cuando volvemos a dormir para soñar, es para siempre.
Espero que don Hernando haya vivido su realidad intensamente, quiero pensarlo. De lo que sí estoy seguro es que una relación que en cualquier situación puede ser tan vana como una transacción, en el campo parece ser diferente.