Caminar por el parque de los gatos y encontrarse con gente que no entiende de vos ni de oís, hace entender rápidamente el impacto que tiene la COP en una ciudad como Cali.
Cesar Acevedo planteó, en su película La Tierra y la Sombra, el debate sobre las consecuencias que tienen para la vida algunas de las actividades que pueden enorgullecernos culturalmente como país.
En la película, en la que la tos es protagonista, vemos el drama que implica la quema de miles de hectáreas para la producción de la caña, de la que se derivan azúcar, aguardiente, viche y ron; o papel, abonos e incluso el cemento que tan necesariamente utilizamos en nuestra cotidianidad.
Porque como en esta película, es duro pa’l citadino entender que lo que nos enorgullece y nos es útil, también puede venir de procesos nocivos y destructivos: El olor a caña y ceniza de nuestro valle, de la quema de cultivos para ‘limpiar’ la tierra; nuestra destacada gastronomía, de la caza o la pesca indiscriminada; nuestros territorios y paisajes casi vírgenes, de la migración y el desplazamiento forzado; o más recientemente, nuestro hábitos de higiene y limpieza, del consumo insostenible de agua.
Hace algunos años logré compilar las experiencias de 70 proyectos que sucedían en el país, con la premisa de pasar de las ideas y la conciencia sobre los problemas ambientales que evidencian cientos de documentales y películas como la de Acevedo, las de Louie Psihoyosos o investigaciones como las de Gerardo Ceballos sobre la extinción masiva de especies; para encontrar acciones concretas que busquen reducirlos.
Aunque en ese momento parecía que esos proyectos simples no tenían mucho alcance, me encontré con ideas fascinantes como la del del señor Silva de crear pacas digestoras para convertir residuos en abono, sin tener que soportar el olor de la podredumbre; la de María Elisa Mora que convirtió una hacienda colonial en un campo de experimentación de prácticas agrícolas sostenibles; la del colectivo de mujeres que en Cajicá crea moda con telas residuales de grandes fábricas; o la del criadero de mariposas que crea seda de alta calidad para sostener decenas de familia, pero sobre todo para conservar las especies de orugas afectadas por la fumigación aérea de cultivos.
Hoy no puedo dejar pasar la oportunidad para agradecer a esos proyectos que hicieron parte de lo que llamé Transformacciones y que se convirtió no solo en mi proyecto de maestría sino en una búsqueda permanente de ideas para hacer, más allá de cerrar la llave del agua al cepillarse. Y sobre todo, no puedo dejar de entender que esos proyectos me han transformado la forma de ver el mundo, ser un poco más crítico y activo en función de la sostenibilidad, o al menos en su divulgación, como es el caso de este blog.
Por eso, ver ríos de gente al mejor estilo de un concierto de los Rolling Stones, Karol G, o como si fuera un partido de la Champions, para ponerlo en términos de las leyendas del periodismo nacional… es una esperanza de transformación que me produce ilusión. Me refiero a los ríos de gente que pude ver y vivir tras unos cortos días en la COP16, ese ‘evento raro’ que poco se entendía pero que, a la fecha en la que escribí esta entrada, presenta por lo menos unos datos bastante interesantes.
Y no me refiero a los 15 mil invitados miembros de delegaciones de 196 países que se reúnen en Cali para negociar y debatir, entre otras cosas, la obtención y distribución de los recursos necesarios para conservar la biodiversidad mundial (que se puede lograr con proyectos como los mencionados y otros de mayor escala) y que se calcula en 20 mil millones de dólares anuales para 2025, 30 mil millones para 2023 y 200 mil millones posteriormente… ojalá que suceda porque con esa magnitud cualquier proyecto ‘casero’ será insuficiente. Me refiero a las más de 500.000 personas que a lo largo del Bulevar del Río, el parque de los gatos o los alrededores de la Ermita, se han agolpado para cambiar la rutina y enterarse sobre los problemas que afectan la biodiversidad, así como de posibles soluciones con proyectos y acciones concretas.
Es alentador entender que cientos o miles de personas pudieron conocer los mecanismos jurídicos presentados por los estudiantes de la Clínica de Medioambiente de la Universidad de los Andes, para proteger las rutas migratorias del Jaguar. Es una motivación conocer que desmovilizados de grupos al margen de la ley ahora crean la ropa de Manifiesta en Caquetá o que lideran ejercicios de turismo responsable en zonas antes inaccesibles. Es sumamente honroso ver al señor Silva enseñando a hacer sus pacas digestoras a cientos de caleños, a Norma Cuadros en una tarima contando cómo con su muestra de cine documental, Planet On, no solo evidencian las problemáticas ambientales sino que enseña cómo hacer cine de manera más responsable; o saber que Julio Rozo, desde Amazonía Emprende, pudo hablar de tú a tú con el director científico del Jardín Botánico de Nueva York en búsqueda de financiar investigaciones sobre conservación de semillas que permitan ser más efectivos en la reforestación de la selva.
La dualidad de la vida en función de la naturaleza, que llamamos biodiversidad, puede ser vista desde la angustia ambiental que genera la crítica realidad que vivimos como especie frente a nuestra propia subsistencia. Pero también puede verse como la oportunidad de enterarse, tomar acción, replicar otras o buscar nuevas medidas para mitigar el impacto, que no tienen que pasar por dejar de bañarnos o volvernos veganos masivamente, sino por encontrar en la sostenibilidad (relación entre sociedad, economía y ecosistemas), mecanismos para el futuro tan importantes y paralelos, como la toma de decisiones tanto políticas globales, como diarias y cotidianas.
Por primera vez la COP evidenció esa realidad y puso a esos tomadores de decisión en el mismo nivel. Los que definen de dónde y cómo se va a financiar nuestra sobrevivencia como especie, y los que hasta ahora nos estamos enterando o buscamos formas de trabajar en pro de ello en nuestra cotidianidad, en nuestras tradiciones y costumbres.
Si ver una película como La Tierra y la Sombra, ‘Racing Extinction’ o La verdad Incómoda puede ser la decisión que marque una nueva perspectiva para tomar acción, ilusiona pensar que, como está pasando en este encuentro mundial, el que miles de personas conozcan cientos de acciones sostenibles reales, serán una ruta positiva para que cada vez seamos más los que busquemos contribuir, desde el alcance que tengamos.