Pensar siempre es una tarea ardua, pero pensar en tiempos de incertidumbres se torna aún más difícil. Duele pensar y cuesta pensar porque tenemos aturdido el pensamiento con el bombardeo de información que recibimos a cada momento. Además, duele pensar porque no estamos acostumbrados a pensar lo que realmente necesita ser pensado. Nos resulta molesto pensar en la muerte y el sufrimiento, pero quizás precisamente por eso – porque resulta doloroso e incómodo hacerlo–, es por lo que deberíamos atrevernos a pensar todo esto intentando esquivar los lugares comunes. Al decir pensar no me refiero a pensar “con cabeza fría” como suele decirse, sino a pensar con el cuerpo y con la carne, uniendo el pensar a la imaginación afectiva. Solo en ese pliegue puede brotar un pensamiento intempestivo capaz de ir al subsuelo del contagio.
Una de las cosas que necesitamos pensar y que ‘dan que pensar’ en esta crisis es el problema de la distancia y la cercanía. Me pregunto: ¿qué significa hoy estar cerca unos con otros? ¿qué sintió la persona que perdió un familiar por la pandemia y no pudo despedirse de él o ella? ¿qué significa la muerte sin testimonio, sin testigo? Quizás las cuidadoras fueron ese último testigo del evento límite y problemático de nuestra existencia. Hay momentos en la vida en los que uno toma la presencia y la cercanía de otra persona solo como un dato, pero la cercanía y el trato con el otro nunca puede ser solo eso. La pandemia nos pone delante frente a la no proporcionalidad de los riesgos. Inicialmente, se pensó que el covid-19 era una especie de nivelador social. Pero el tiempo nos está mostrarnos la fragilidad de nuestras políticas. Muchas medidas de salud reactivas en lugar de ayudar a paliar y reducir la incertidumbre están exacerbando gravemente las diferencias e inequidades sociales.
El covid-19 también nos alerta sobre la persistencia del racismo ecológico en un mundo capitalista y globalizado que no ha sabido resolver los problemas básicos del hambre, la salud y el trabajo digno capaz de potenciar la vida. Si miramos a Estados Unidos es fácil ver las profundas injusticias en salud de los Afroamericanos. La crisis está exponiendo los puntos ciegos de la democracia salvaje americana. En México, los impactos de género de la pandemia registraron 244 feminicidios. Podría presentar más cifras en más países, pero me niego a pensar este difícil tema recurriendo a las cifras porque esa también es una manera de invisibilizar el problema.
Otra cuestión por pensar son las respuestas. Por ahora no parece haber una respuesta global bien estructurada siguiendo ciertas reglas y criterios mínimos orientados por metas comunes de largo alcance. Por el contrario, lo que vemos son respuestas domésticas a un problema que no es doméstico sino de escala planetaria. Pasa en UK, US, Alemania, Francia, España, pero también pasa en Colombia, Chile, México o Nicaragua. La pandemia ha revelado la existencia de profundas inequidades que afectan a las mujeres que trabajan en el cuidado de la salud en los países del Norte, pero también en muchos otros países del Sur global.
Sin embargo, se cometería un grave error si los países del Sur siguen las medidas del Norte sin atender a las variables y especificidades de cada contexto. Pero como ha sido habitual, las reglas del juego las están poniendo los países del Norte. La injusticia estructural no es solo un problema de Colombia. En Chile pasa lo mismo y algunos piensan que cuando pase la primera ola de la pandemia los manifestantes volverán a las calles y llevarán nuevas demandas hacia el sistema de salud porque esta crisis ha profundizado las inequidades. Lo que se comprueba a nivel global es que no hay una actuación global transfronteriza consistente, sino sólo medidas domésticas y homogéneas para atender una pandemia que demanda un enfoque holístico de salud global.
Las desigualdades y la vulnerabilidad social aumentan en la medida en que las nuevas políticas de salud pública instauran una nueva normalidad vinculada a la construcción del distanciamiento social y a la idea de ciudad encarcelada. Hasta ahora la respuesta común a nivel global ha sido establecer cuarentenas y cordones sanitarios, pero estas medidas desconocen las singularidades de cada contexto. El riesgo del ‘#QuédateEnCasa’ tiene que ver con la política de lo peor, es decir, con una política que se piensa desde los centros sin pensar en las peculiaridades de las periferias. En pocas palabras: el riesgo más grande es imponer medidas de salud que no reconocen las fragilidades de cada contexto, los aspectos culturales ligados a la dinámica de las poblaciones y las demandas concretas de grupos vulnerables. Un manejo holístico de la pandemia debe equilibrar lo local y lo global y escuchar las voces de múltiples actores en diversos contextos.
Otra cosa que da que pensar es el llamado a volver a la normalidad. Me pregunto: ¿Volver a cuál normalidad? ¿a la normalidad impuesta por los países del Norte al Sur global? ¿A la normalidad del teletrabajo y la economía basada en el petróleo y el saqueo de la naturaleza? ¿A una normalidad distópica en la que la vigilancia, los pasaportes sanitarios y el rastreo de datos personales dejan de ser la excepción y se convierten en la norma? Parece ser que el mundo pospandemia será un mundo con más divisiones y más temores: normales/anormales/posnormales. Ya empieza a sentirse un malestar creciente por este tipo de discursos que reflejan nuestras prioridades estrechas y refuerzan el miedo al otro. Hace unos días Michael Sandel se preguntaba si reabrir la economía significa retornar a un sistema que ha dividido a la sociedad desde hace 40 años y agrega: “¿qué obligaciones tenemos unos con otros como ciudadanos?”. Quizás podría plantearse la pregunta de una forma todavía más contundente: ¿Cuál es el trato que nos debemos unos a otros? y ¿qué significa cuidar unos de otros?
Por un enfoque Medicina preventiva planetaria
En un reciente artículo publicado en ‘The Lancet’ se lee: El contexto es fundamental para el control de cualquier epidemia, una verdad que hemos conocido durante siglos pero parece haber pasado por alto en esta pandemia. Sin embargo, aún estamos atascados en una visión atomista y colonial de la salud. Algunas de las medidas tomadas por muchos gobiernos a nivel global no solo han resultado ineficaces y reactivas, sino que pueden reforzar las inequidades de salud. Hay consenso global sobre el hecho de que el virus –SARS-CoV-2 – tiene un origen zoonótico. Pero aún no sabemos cómo poner en marcha un enfoque de Salud ecológica planetaria que nos permita salvar vidas, detener la destrucción de los ecosistemas, proteger a los más vulnerables y reducir las inequidades de género y los problemas vinculados al racismo ecológico. La acción de los gobiernos en LA, según un informe de Cepal, se está llevando a cabo sobre la base de procesos de prueba y error y la crisis sanitaria está adquiriendo dimensiones políticas. La pregunta que surge es si ¿debemos abordar la pandemia desde el viejo modelo de ensayo y error o si necesitamos de un nuevo enfoque que nos ayude a ir a la raíz de los problemas pensando en el vínculo entre la salud humana y la salud animal?
Quiero finalizar haciendo un llamado a construir un enfoque de Medicina Preventiva Planetaria o Eco-Health capaz de responder a las enfermedades zoonóticas emergentes. Debemos resguardar los bosques, trabajar por detener el tráfico de la vida silvestre, proteger la salud ecosistémica, luchar por la reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera, promover culturas regenerativas orientadas a la restauración ecológica, entre muchas otras. Todas éstas son acciones multisistémicas orientadas a resguardar el futuro. Hace falta unificar esfuerzos para crear un nuevo enfoque de salud global con la participación de múltiples actores alrededor del mundo y, especialmente, con las voces de las mujeres y hombres que han estado trabajando en favor de la salud. Ya no podemos darnos el lujo de seguir aplazando esta urgencia por más tiempo. El potencial pandémico de las infecciones de origen zoonótico se ha desatado a medida que la violencia y el saqueo de los bienes ecológicos llega a dimensiones insanas. Hasta ahora, muchas de las medidas que se han tomado para responder a la pandemia reflejan prioridades estrechas y dan prueba de los impulsos egoístas que mueven la sociedad capitalista. Pero podemos ser más creativos y reconocer nuestra vulnerabilidad compartida. Cuando muchos hablan del covid-19 como el enemigo a vencer –lo que refuerza la vieja idea del control y dominio humano sobre la naturaleza–es necesario darle la vuelta al problema y pensar la pandemia como algo que escapa a nuestro control. Reconocer la vulnerabilidad de la Tierra, la fragilidad de nuestras instituciones y la precariedad de vida en común quizás nos ayude a desenmascarar nuestra obsesión por el control y, a lo mejor, nos dé nuevos elementos para transitar hacia un mundo más habitable y solidario.