Mientras caminaba por Jerusalén, en Israel, hace un par de semanas, encontré que la Iglesia del Santo Sepulcro tenía una escalera de madera en su balcón frontal. Uno de los monjes que administra el edificio me explicó que hace 180 años, un obrero la olvidó allí, y luego de que las diferentes religiones cristianas acordaran dividirse el manejo de la Iglesia, resultó imposible ponerse de acuerdo para decidir si retirarla o no. ¿Qué sucede si alguien decide bajar esa escalera?, le pregunté al monje. “Aunque nadie lo crea, un objeto tan insignificante como ese resulta toda una razón para violentas confrontaciones entre los religiosos”, me respondió.

Y eso es lo que ha sucedido con nuestro proceso de paz. Tenemos una escalera con la que no hemos podido ponernos de acuerdo entre nosotros, pero que es necesario bajar para cerrar un capítulo de 60 años. Como es natural, el edificio (que es el país) es administrado por muchos sectores porque, finalmente, convivimos en medio de una democracia. Ya se vivieron conflictos y enfrentamientos y, sin duda, el camino más acertado es aquel en el que se avanza a través del diálogo. Las diferentes experiencias a nivel mundial dan cuenta de los sacrificios que los países, gobiernos y la sociedad han tenido que hacer para llevar a buen resultado estas negociaciones.

Para quienes no lo tienen claro, son cinco puntos los que se están negociando: desarrollo rural, que busca dar mayor acceso a la tierra, llevar infraestructura a las regiones más apartadas y generar nuevas oportunidades a la población rural; oposición política y participación ciudadana, tiene que ver con la participación en política de los grupos armados (mejor en el Congreso que en el campo cometiendo atrocidades); el fin del conflicto, relacionado con la dejación y entrega de armas; narcotráfico, generar garantías para ganarle la lucha a esta problemática, y, tal vez uno de los más importantes, los derechos de las víctimas, que constituye un proceso de esclarecimiento de la verdad con los afectados y, en general, con todo el país.

Es obvio, que en el ejercicio de negociación entre el Gobierno que nos representa a los ciudadanos y las Farc, que claramente son una banda de delincuentes que cometieron actos terroristas, habrá que hacer algunos sacrificios de cada parte. Tendrán que existir penas, pero también consideraciones. Y, además, comprender que una vez se firme el proceso de paz (en marzo de 2016), la sociedad deberá contribuir con los procesos de inclusión. Así son las negociaciones. Cada parte debe sentir que está ganando algo. En la mitad se encuentran los colombianos de bien, que ya no queremos más titulares con palabras como combate, atentado, terrorismo, bomba, extorsión o secuestro.

Nunca habíamos estado tan cerca del fin del conflicto entre el Estado y las Farc. Y seguro, una parte de estos delincuentes reincidirán, pero lo que sí es cierto es que se desmontará una franquicia que le ha hecho daño al país, y se responderá con firmeza a quienes persistan en la ilegalidad. Ya es hora de retirar la escalera.

Juan Manuel Ramírez Montero
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