Con los crecientes homicidios en Francia, Alemania, Bélgica y Suecia, los titulares de los periódicos parecen los de cualquier país menos de la Unión Europea. Cuando uno se pregunta en qué momento el Viejo Continente pasó de ser un territorio pacífico al objetivo cumplible de los grupos terroristas del Medio Oriente, la explicación comienza en Irak.
Para nadie es un secreto que la invasión a este país asiático, dirigida por Estados Unidos y Gran Bretaña en el 2003, apoyada por la denominada Coalición de la Voluntad (conformada, entre otros, por España, Polonia, Portugal, Italia, Dinamarca y Colombia) y que resultó un falso positivo, en la medida en que jamás se encontraron las armas de destrucción masiva, ni tampoco se restableció la democracia con la efectividad que se esperaba, despertó los odios de los grupos más radicales. Tras la caída del dictador en Irak de la época, Sadam Hussein (considerado miembro de los Sunitas, o sea la línea más moderada del Islam), los grupos Chiitas se alzaron en armas para tomarse el poder.
De nada sirvió que a ese país entraran -aclaro, sin el mandato del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas- más de 255.000 soldados, 800 tanques e igual número de aviones, 600 vehículos de infantería y 400 helicópteros. Luego, siguieron Afganistán, Libia, y se avanzó desde la denominada Primavera Árabe con el mismo argumento de restablecer la democracia, junto con la consolidación de la lucha contra el terrorismo. En términos generales, se repitió la historia de Irak con algunas modificaciones, generando una desenfrenada ola migratoria por el Mar Mediterráneo hacia Europa, principalmente, y una fuerte represión de las fuerzas ilegales contra Israel. Mientras tanto, en el Medio Oriente (Siria, Libia y Afganistán), se constituyen pequeñas organizaciones que terminan adquiriendo una misma identidad bajo el nombre de Isis.
Según Alan Greenspan, las verdaderas razones de la fallida estrategia de intervención en el Medio Oriente no tuvo otro propósito diferente al de hacerse al control de las reservas petroleras y gasíferas.
Hoy, cuando las acciones terroristas enlutan a países de la Unión Europea caracterizados por la tranquilidad histórica, hay que recordar a aquellos Gobiernos que gestaron las intervenciones y la lucha fallida contra el terrorismo en Medio Oriente. En vez de acabar con el problema, lo atomizaron y generaron una distorsión poblacional. Estados Unidos y Gran Bretaña tienen una seria responsabilidad en relación con la difícil situación de seguridad que se resume en los recientes atentados.
Los desafortunados sucesos en esa región obligan a no dejar solo al Viejo Continente, sino, por el contrario, a acompañarlos en la lucha contra el terrorismo.
Hay que reconocer la política exterior flexible de la Unión Europea que ha permitido acoger a inmigrantes originarios de países víctimas del conflicto armado. También hay que destacar que los hechos acontecidos en Europa no pueden admitir la indiferencia de las potencias del mundo. La lucha contra el terrorismo y, en particular, contra el denominado Estado Islámico, debe ser una prioridad de los gobiernos, pero siendo coherentes con sus intervenciones en el Medio Oriente. Un país no se puede pasar por el mundo haciendo invasiones sin asumir sus consecuencias.