Hay libros cortos y libros largos; libros para niños y recopilaciones de obras completas de escritores del siglo XVII. Pero hay un libro especial entre los demás: éste, por definición, los contiene a todos.

Supongo que no es casualidad que haya sido imaginado por Borges.

El libro de arena

Él mismo lo dejó dicho en la última nota al pie del relato «La biblioteca de Babel«::

[4] Letizia Álvarez Toledo ha observado que la vasta Biblioteca es inútil; en rigor, bastaría un solo volumen, de formato común, impreso en cuerpo nuevo o cuerpo diez, que constara de un número infinito de hojas infinitamente delgadas. (…) El manejo de ese vademécum sedoso no sería cómodo: cada hoja aparentemente se desdoblaría en otras análogas; la inconcebible hoja central no tendría revés.

Borges concibió finalmente el libro, aunque con ciertos cambios (sobre todo con respecto a eso de la página central). «El libro de arena«, relato publicado en 1975, cuenta cómo un hombre (que fácilmente podemos imaginar siendo Borges mismo) recibe de las manos de un desconocido un libro muy particular, porque es un libro infinito.

¿Cómo así?

Explica el vendedor,

«(…) No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número (…)«

¿Y cómo se imagina el autor un libro infinito? ¿Cómo se lo imagina usted? Quizás el libro no solo sería «inusitadamente pesado»; tendría todo el peso y la masa del mundo, sería inamovible. Quizás se puede pensar en un libro infinito como un libro sin tapas, con el lomo vuelto sobre sí mismo – como un abanico al que se le ha dado una vuelta entera.

Aunque eso evitaría la presencia de las tapas (que, por lo menos a mí me sugieren inevitablemente un inicio y un final), Borges supera este problema a su manera; no es posible abrir el libro en su primera página, pues parece que éstas brotan de la parte interna de la tapa. Tampoco existe una última hoja. Seguro sugerir que el objeto es finito es más interesante que anunciarlo de una vez (…que el lector se dé cuenta, ¿verdad?)

Me parece impresionante la idea de que, una vez vista, cualquier página jamás aparezca de nuevo. Eso me conmueve intensamente, pues de alguna forma me lleva a pensar en el hipotético impresor o fabricante del libro. Tan sólo imaginar tanto trabajo invertido, tanta tinta, tanto papel, ¡tantas letras!… el mismo Borges decía que, de niño, le impresionaba que las letras de los libros no se mezclaran al cerrarse éstos. ¿Cómo no pensar en eso, con un libro como éste?

No sorprende, por lo tanto, que el libro altere mentalmente a su dueño. Pues por lo menos eso le sucedió al último dueño conocido. Dejarlo en una biblioteca pública… ¿cómo pudo ocurrírsele algo así? Aunque claro – primero pensó en quemarlo, en destruirlo.

Parece imposible saber si algo así habría sido lo correcto.

PD: Como dice Jengar, este sábado se llevan a cabo las finales zonales del Concurso de ortografía. Mucha suerte a todos los que participen.

PD: Éste puede ser un enlace interesante.

dancastell89@gmail.com