Mi última visita al Museo del Oro no fue planeada; por eso no tomé fotos ese día. Pero el recorrido sí me sirvió para conocer y de alguna forma entrar en contacto con las costumbres de aquellos hombres y mujeres que habitaron estas tierras hace siglos, y de algunos de los cuales descendemos.

Creo que fue antes de entrar en la sala llamada «La ofrenda«, donde recordé el relato Los hombres fieras, escrito por el argentino Roberto Arlt. Una profesora (se llama Maria Cándida) nos lo dio a conocer el semestre pasado. Y es que gradualmente caí en cuenta de la importancia que tuvo para los chamanes de aquellos años remotos (e incluso, supongo, para algunos de hoy en día) la transformación ceremonial en animales.

De vista, es probable que reconozcamos ciertas formas familiares en piezas como la que sigue:

Pues me vine a enterar que esa característica forma doble de curva (en las esquinas superior izquierda y derecha) está estrechamente relacionada con la asociación entre el chamán en trance y las alas de las aves, ya que los dos vuelan y en su viaje pueden ver objetos lejanos, apartados y elevados. Aún más, leí en uno de los amigables stands del Museo que ciertos chamanes en trance «se transmutaban en jaguares, lo que los hacía momentáneamente peligrosos» debido a las carnívoras actitudes de estos mamíferos.

Podemos no sentirnos identificados al leer Los hombres fieras – al fin y al cabo, allí la acción sucede en los lejanos territorios africanos de Costa de marfil. Pero conocimientos como los que nos son transmitidos en el Museo sirven para entender de mejor manera cómo pensaban y cómo entendían el mundo nuestros antepasados, y no solo los nuestros, sino todos, los antiguos predecesores de la humanidad.


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