Winston yacía silencioso. Respiraba un poco más rápidamente. Todavía no había hecho la pregunta que le preocupaba desde un principio. Tenía que preguntarlo, pero su lengua se resistía a pronunciar las palabras. O’Brien parecía divertido. Hasta sus gafas parecían brillar irónicamente. Winston pensó de pronto: «Sabe perfectamente lo que le voy a preguntar». Y entonces le fue fácil decir:

-¿Qué hay en la habitación 101?

La expresión del rostro de O’Brien no cambió. Respondió:

-Sabes muy bien lo que hay en la habitación 101, Winston. Todo el mundo sabe lo que hay en la habitación 101. -Levantó un dedo hacia el hombre de la bata blanca. Evidentemente, la sesión había terminado. Winston sintió en el brazo el pinchazo de una inyección. Casi inmediata mente, se hundió en un profundo sueño.

En 1984, novela del inglés George Orwell escrita en 1949, se muestra un mundo dominado por un partido absoluto contra el que es prácticamente imposible conspirar. Se podría decir, sin dañar el libro a quien no lo haya leído, que aún así Winston (el personaje principal) conspira, y por lo tanto es llevado a prisión.

Pero la prisión del Ministerio no es cualquier prisión.

El Ministerio del Amor es una edificación inmensa donde hay calabozos de todo tipo, y donde los prisioneros enfrentan un proceso ejemplarmente difícil. Y la última parte de este proceso, cuando se hace, se lleva a cabo en la habitación 101.


En cada etapa de su encarcelamiento había sabido Winston -o creyó saber- hacia dónde se hallaba, aproximadamente, en el enorme edificio sin ventanas. Probablemente había pequeñas diferencias en la presión del aire. Las celdas donde los guardias lo habían golpeado estaban bajo el nivel. del suelo. La habitación donde O’Brien lo había interrogado estaba cerca del techo. Este lugar de ahora estaba a muchos metros bajo tierra. Lo más profundo a que se podía llegar.

Era mayor que casi todas las celdas donde había estado. Pero Winston no se fijó más que en dos mesitas ante él, cada una de ellas cubierta con gamuza verde. Una de ellas estaba sólo a un metro o dos de él y la otra más lejos, cerca de la puerta. Winston había sido atado a una silla tan fuerte que no se podía mover en absoluto, ni siquiera podía mover la cabeza que le tenía sujeta por detrás una especie de almohadilla obligándole a mirar de frente.

Se quedó sólo un momento. Luego se abrió la puerta entró O’Brien.

-Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Te dije que ya lo sabías. Todos lo saben. Lo que hay en la habitación 101 es lo peor del mundo.

La puerta volvió a abrirse. Entró un guardia que llevaba algo, un objeto hecho de alambres, algo así como una caja o una cesta. La colocó sobre la mesa próxima a la puerta: a causa de la posición de O’Brien, no podía Winston ver lo que era aquello.

-Lo peor del mundo -continuó O’Brien- varía de individuo a individuo. Puede ser que le entierren vivo o morir quemado, o ahogado o de muchas otras maneras. A veces se trata de una cosa sin importancia, que ni siquiera es mortal, pero que para el individuo es lo peor del mundo.

Se había apartado un poco de modo que Winston pudo ver mejor lo que había en la mesa. Era una jaula alargada con un asa arriba para llevarla. En la parte delantera había algo que parecía una careta de esgrirna con la parte cóncava hacia afuera. Aunque estaba a tres o cuatro metros de él pudo ver que la jaula se dividía a lo largo en dos departamentos y que algo se movía dentro de cada uno de ellos. Eran ratas.

-En tu caso -dijo O’Brien-, lo peor del mundo son las ratas.

En la habitación 101 existe su peor miedo. ¿Cuál es su peor miedo?