Hace poco tuve una discusión con mis padres. Acababan de llegar de Santa Marta. Era un viernes a las 10 de la noche y luego de haber desempacado nos hicimos todos en la sala. Mi madre estaba muy contenta, luego de pasar un largo tiempo sin verme se le transforma la cara y la vida. Llega con una bella sonrisa de oreja a oreja, con una expresión de felicidad profunda y extendiendo sus brazos con cara coqueta me da un fuerte abrazo, tan firme, tan claro.  Sin lugar a duda, aquel momento se vuelve en lo más dulce de mis días. Ese amor lo siento y me llena alma. Muchas veces me pregunto sobre los hijos y pienso que el día que tenga uno conoceré el verdadero amor, es el único amor al cual se le perdona todo, por el exceso de amor.

Luego vi a mi padre un poco viejo, con sus nuevas compañeras. Los blancos lienzos que poco a poco van adornando su negra cabellera. Admito que le quedan bien; el viejo siempre ha sido un galán y en su alma brilla el oro. Mi hermana nos acompañaba, y de ella solo hay que decir que es guía, que es luz, es Virgilio ayudándome a salir del bosque oscuro. Al rato de hablar de todo un poco, mi hermana parte a un compromiso que tiene, luego mi madre me mira y me hace una pregunta que lleva clavada en el pecho – Hijo, ¿tú por qué estas con tanta rabia y odioso conmigo? – acto seguido, el ambiente se torna en un frío silencio, mis dos padres me miran con cautela a la espera de una respuesta.

En el momento no supe qué decir, luego mi memoria reflejaba todos aquellos momentos en que he sido duro y frío con mi madre. Me dolieron. Me dolieron más que a ella. Lo primero que pensé, fue en tratar de entender el por qué. ¿Por qué estaba actuando así?, en últimas, eso era lo que quería saber mi madre. Recordé que había ido a la psicóloga, era una mujer bella, acepto que en cierto modo me atraía, y es curioso pues pensaba que odiaba a los psicólogos. Luego de unas pruebas, en las cuales debía dibujar, en unos pequeños cuadros con figuras aleatorias, cualquier cosa que se me ocurriera, y luego de dibujar a un hombre y a una mujer, la psicóloga me dio su interpretación de los dibujos, como el veredicto de un juez. Lo cierto es que atinó a casi todo lo que dijo, me sentía en una consulta con una bruja que me leía las cartas o el chocolate. Posteriormente me dio la gran noticia, tengo en mi inconsciente un conflicto con mi madre. No lo creí, me pareció un truco barato, ni tan barato, cada consulta era bastante onerosa; yo siempre he amado a mi madre, ella siempre ha sido incondicional conmigo, siempre ha creído en mí y ¿cómo no amarla? Lo cierto es que me marché furioso, el encanto se fue, pero el problema llegó, el problema de mi madre.

Así fue como poco a poco y sin darme cuenta mi comportamiento con mi madre fue cambiando, ya no era tan especial con ella y la paciencia se me iba con facilidad. Nunca me había sentido así con ella, seguro los hechizos de aquella bruja me nublaban mi amor por ella. ¿Ese será el punto?, ¿el amor?

No pude pensar nada más para responderle a mi madre, así que le dije -Mamá, siento que he cambiado contigo desde que fui a la psicóloga- ella me mira y me dice que eso no tiene nada que ver y que no entendía por qué la psicóloga decía esas cosas. Lo cierto fue que en ese momento vi a mi madre más alterada, lo que provocó que yo lo estuviera. Me indispuse con la conversación y en el fondo lo que me tenía así, era ese maldito sentimiento de rabia que tenía contra ella. Esa rabia fue defensiva y lancé argumentos criticándola, atacándola, reprochándole lo sensible, y la verdad es que a ella le duele que yo sea así, y si bien es sensible, es aún más sensible cuando algo se trata de mí, como dije antes, en serio ese ángel me ama. ¿No sé qué hice para merecer un amor tan grande? Lo triste es que en el fondo de esa discusión sabía eso y me sentía miserable, de repente no dejaba de pensar qué pedazo de porquería tenía que ser para tratar a tan bella persona así. En ese momento salió ese lado de mí moralista y reprochador, ese ser que me mantiene en orden y equilibrio. Luego, pensé que me daba rabia eso… que me quisiera tanto. Suena estúpido decirlo, pero quizá esa era la verdad; ese gran amor la hizo toda su vida estar muy pendiente de mí, darme todo sin ninguna condición a cambio. Siempre pienso, ¿quién putas hace eso, si este mundo es solo interés? Ella lo hizo. Seguro darme todo y protegerme en exceso me molestaba, quizá ser adulto y saber que ella me sigue viendo como niño me molestaba, pero ¿cómo le quitaba eso?, sí era su niño. Tener barba y creerme adulto no me hace uno.

Nuevamente, empecé a sentirme miserable y justo en ese preciso momento pasó el punto de inflexión. La vi llorar. En ese momento se cayó mi mundo, me sentí como una sabandija, me sentía como el peor de los asesinos; cada lágrima de mi madre era como un puñal en el alma. Si hay algo cierto, es que no hay nada más duro en esta vida como ver a la mamá llorar, y más cuando es a causa de uno. ¡Qué dolor!, en esa agonía y sensación de angustia, preferí la muerte antes que una lágrima más, hasta que llegó a mí la más bella de las revelaciones, llegó, así como una poesía en mi cabeza, lo más sensato y puro que le pude decir a mi madre:

-Madrecita tienes razón, he sido duro contigo, la verdad eso me parte el corazón. No has hecho nada más que darme cariño y amor. He sido egoísta y no he querido aceptar que el problema es mío y de nadie más, aceptaba criticarte por querer desviar el problema, por querer ser víctima siendo el victimario. Tengo una rabia tan profunda que me está haciendo llorar; madre mía no es más que miedo. De tanto amor que me diste me enseñaste mal, pues toda esta ira, no es más que mi temor a fallar, de asumir responsabilidades y aprender a volar, pues tú has sido el nido más cálido que ha habido por acá, y sentirme sin tu abrigo, es sentirme sin la mar. Lo cierto madrecita, es que si no paras de llorar, mi corazón se hará pedazos y será difícil volverlo a armar. Acepta mis disculpas y comenzaré a volar y así alto y a lo lejos poderte honrar-.

 

 

 

 

 

 

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